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Asteroid City. Dir. Wes Anderson

Hace un par de años Wes Anderson presentó lo que sería su peor cinta, The French Dispatch, la cual parecía confirmar que había llegado al límite de lo que podía hacer con su estilo. 

Hace un par de años Wes Anderson presentó lo que sería su peor cinta, The French Dispatch, la cual parecía confirmar que había llegado al límite de lo que podía hacer con su estilo. Básicamente una repetición de todos los pequeños detalles que caracterizan su cine, atascados y multiplicados a la énesima potencia, en una cinta carente de todo humor.

Todo indicaba que Anderson ya no daba para más y, como consecuencia, finalmente había saltado el tiburón. Por ende, Asteroid City, con el reparto más impresionante de su carrera, auguraba ser aún más de lo mismo. Afortunadamente, se trata de algo infinitamente superior.

La imagen en pantalla, en formato de academia (1.33:1), a blanco y negro, expone a un típico conductor de televisión de los años cincuenta (Bryan Cranston), presentando un programa sobre la concepción de la obra de teatro Asteroid City. Introduce al escritor, Conrad Earp (Edward Norton) y algunos detalles sobre la obra. Minutos después la imagen se interna en la obra en sí, la pantalla se extiende a formato de Cinemascope (2.35:1), fotografiando el recorrido de un tren de carga, por el desierto del suroeste norteamericano, en deliciosos e irreales colores pastel.

Se trata de una matrioshka narrativa metatextual, un programa de televisión documenta una obra de teatro, que se representa como película en pantalla.

El fotógrafo de guerra, Auggie Steenback (Jason Schwartzman), llega al pequeñísimo pueblo de Asteroid City, compuesto por un taller mecánico, un diner y un motel, con su hijo adolescente, Woodrow (Jake Ryan) y sus tres pequeñas niñas. Están ahí para el día del asteroide, que conmemora la caída del meteorito que creo un cráter y le dio su nombre al pueblo. Se celebrará también una competencia de talentos científicos juveniles, en la que participa Woodrow y un grupo más de adolescentes prodigios con sus respectivas creaciones, de las cuales el gobierno norteamericano, representado por el General Gibson, se apropiará sin duda.

El elemento catalizador de la historia es la llegada de un alienígena durante la ceremonia, que, ante las miradas atónitas de todos los asistentes, silenciosamente levanta el meteorito, regresa a su nave y se esfuma en el espacio.

Una escena que, aunque de forma diametralmente distinta, logra la misma fantástica sensación de estar presenciando algo maravilloso e insólito, como lo hizo Spielberg 46 años atrás (Encuentros Cercanos). Después del suceso, el ejercito declara una cuarentena en el pueblo y las relaciones entre sus visitantes su vuelven más estrechas y complicadas.

Las cómicas particularidades de los personajes, su dicción monótona y todo lo que los rodea, el impecable diseño de arte, la precisión simétrica de encuadres, movimientos de cámara, y la artificialidad de los exteriores desérticos, que parecen salidos de dioramas de un disco de View-Master, recuerdan constantemente que lo que estamos viendo es una pieza de arte… dentro de un programa, dentro de una obra de teatro.

Los actores que interpretan a los personajes de la obra tienen las mismas dudas sobre sus papeles que los personajes mismos sobre sus acciones, o a la inversa. Incluso en un momento, uno de ellos declara

“Aún no entiendo la obra”, como, sin duda, algunos espectadores estarán pensando al ver la cinta. Todo este juego metatextual de narrativas inmersas dentro narrativas, con la intervención cósmica de un alienígena y la intervención creativa de un dramaturgo y su director, remite a la eterna interrogante,

¿Cuál es el sentido de la vida?

Quizá, como el director de la obra indica, entender el significado no es tan importante, es más importante seguir haciéndolo. Wes Anderson se lo recuerda a sí mismo, a través de su obra visualmente más hermosa.

“Lo único que importa es cada segundo vivido en el escenario.”

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