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‘Uno no se muere cuando debe,sino cuando puede’

Tras el verde selvático de Colombia, mi corazón se alza imponente y a la vez humilde frente a la naturaleza, su serenidad, el dulce murmullo del viento, el leve trinar de los azuejillos alados.

Tras el verde selvático de Colombia, mi corazón se alza imponente y a la vez humilde frente a la naturaleza, su serenidad, el dulce murmullo del viento, el leve trinar de los azuejillos alados.

Ese clima ardoroso, que recibe la influencia atmosférica de la cuenca amazónica, te hace sudar tus recuerdos más profundos. Quizás como ese pueblo olvidado de Macondo, del inolvidable García Márquez, así llegué yo como Aureliano Buendía, arrastrando mi espíritu agotado, mi cuerpo vapuleado, para volver a sentir el aleteo de miles de mariposas amarillas liberadas.

Aquí en Colombia, donde los nombres son poesía, estoy anhelando un apellido como el de Lucía, una mujer color chocolate que creció a la orilla del Río San Juan en Pereira, y que cuando niña, su madre olvidó el apellido de su padre y le puso el de su abuela, Alegría Quintana.

Me hubiera gustado ser Beatriz Alegría Limón. Uno pensaría que es como un decreto de felicidad. Aunque dista mucho de la difícil vida que arrastra Lucía, quien tiene 45 años, cinco hijos, y mucha necesidad, por no decir harta.

La vida es dura en ocasiones, te pone pruebas que puedes pensar que son insuperables, pero por más oscura que parezca la noche, siempre el sol se asoma cada mañana.

Lucia y yo hemos tenido vidas difíciles, aunque en diferentes condiciones y circunstancias.

Ella sigue sonriendo, yo sonrío también, aunque ambas perdimos a nuestras madres por el cáncer. El luto une, dicen por ahí.

Así que esta Navidad, que para mí puede sentirse como la primera, después de sobrevivir a un severo accidente, solo tengo una cosa en mente, bueno dos, dar las gracias siempre y ser un mejor ser humano, un trabajo bastante extenuante y dedicado que debo cumplir.

Así como celebramos el nacimiento de niño Jesús cada año, así debemos de celebrar un nuevo renacer espiritual en nuestras vidas. Vine a Colombina a para recuperarme lentamente, junto a la familia que elige por decisión, a un lado de la naturaleza y su manto sanador, entre las risas, las arepas, los buñuelos, la natilla, los petacones, el buen café y el amor verdadero.

Vine aquí agradecida por la vida, a cargar esa energía de cariño puro, para volver a la urbe gris y acelerada, a continuar viviendo, claro, mientras Dios me preste vida.

Al fin y al cabo, como escribió Gabo en la icónica novela “Cien años de soledad”: "Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede".

Si lo sabré

*La autora es periodista independiente para medios internacionales

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