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Un edificio, una comunidad

Si visitamos el edificio de Rectoría de la UABC podemos un centro administrativo que coordina la educación superior de los bajacalifornianos.

Si visitamos el edificio de Rectoría de la UABC podemos un centro administrativo que coordina la educación superior de los bajacalifornianos. Pero también es un futuro museo del servicio público como sede de poder ejecutivo de Baja California, un palacio de gobierno con sus fastos y ceremoniales republicanos, tal y como funcionara de 1922 a 1977. Esa fachada abarca las oficinas de gobierno con sus filas de contribuyentes y las oficinas de los funcionarios con sus antesalas llenas de gente que viene a pedir apoyos o de periodistas que remolonean esperando captar alguna exclusiva, sin olvidar a los vendedores ambulantes que pregonan sus especialidades en tacos,
tortas, dulces y helados para la siempre hambrienta burocracia. Si sólo contemplamos a esta muchedumbre animada y bulliciosa el palacio de gobierno fue, en esos tiempos, uno de los espacios urbanos más activos y atractivos en el Mexicali de su época de mayor prosperidad, cuando el monocultivo algodonero impulsaba la economía de la ciudad y su desarrollo económico parecía imparable.

Si estudiamos la historia de los gobernadores bajacalifornianos, lo primero que salta a la vista es que el palacio de gobierno se construyó como un símbolo de poder por el régimen del coronel porfirista-huertista Esteban Cantú. Es notorio que se levantó en la entonces periferia de Mexicali para mantenerse como una arquitectura visible desde lejos. Si a esto sumamos que apenas a un centenar de metros se construyó poco después el edificio de la Colorado River Land Company, la empresa monopólica estadounidense que se ostentaba como dueña y señora de las tierras del
valle de Mexicali de 1902 hasta 1937, podemos ver que tanto el palacio de gobierno como la Colorado eran reflejos contundentes, a ojos de los residentes fronterizos, del poder político y económico de la entidad respectivamente.

Cantú salió del país para exiliarse en los Estados Unidos en 1920, por lo que fueron los primeros gobiernos civiles y militares los que lo inauguraron en la década de los años veinte. Fue el gobernador José Inocente Lugo quien dio la bienvenida al flamante palacio de gobierno durante los festejos del 16 de septiembre de 1922. No pasó mucho tiempo para que los sótanos de este edificio fueron bien conocidos por todos aquellos líderes agrarios que exigían tierras para los mexicanos y que en vez de recibirlas eran mandados a las islas Marías para que dejaran de alborotar al Distrito Norte de la Baja California. En los años siguientes, especialmente en los tiempos de gobernadores atrabiliarios, las dependencias de seguridad pública tuvieron en los sótanos de este edificio su lugar de trabajo. Pero este recinto oficial también servía para las celebraciones cívicas.

Para los que han sido tocados por este edificio, estoy seguro que cada mexicalense tiene un relato que añadir a su historia colectiva, un recuerdo que agregar a su transcurso como símbolo urbano. Yo me quedo con una noche de septiembre. Era a mediados de los años sesenta del siglo XX. El cielo se iluminaba con los fuegos de artificio que estallaban unos detrás de otros. El palacio de gobierno parecía más alto y resplandeciente que nunca. Yo iba con mis padres a la feria que se instalaba, por
motivo de las fiestas de independencia, sobre la avenida Obregón y la calle Julián Carrillo. La feria contaba con juegos mecánicos, donde los asistentes se divertían con gritos y carcajadas. Había puestos de comida: de dulces, de algodón de azúcar, de churros, de tamales y de nieves de todos los sabores. Los cohetes silbaban entre los pies de los visitantes. Las familias deambulaban felices de la vida. En los altavoces se escuchaban canciones vernáculas a todo volumen. Mexicali era, en ese
momento, un mundo de ilusiones cumplidas, de algarabía sin par. Recuerdo haberme detenido, con mi cono de nieve de limón en una mano y en la otra la mano de mi madre, y ver el palacio con sus ventanas iluminadas y sus focos de colores. Mi padre me señaló la ventana de una oficina del segundo piso.

-Allí trabajé hace unos años -me dijo con orgullo.
-¿Qué hacías? -le pregunté.

Mi padre se quedó viendo con nostalgia el palacio.

-Conocer a medio Mexicali -me respondió.

Esos son las remembranzas que emergen cada vez que me detengo a contemplar el edificio de la hoy rectoría de la UABC. Esos son los fantasmas que porto con el mismo orgullo que mi progenitor. Los espíritus que siempre me acompañan cada vez que ando por esos rumbos.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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