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¿Neoliberalismo o populismo para México?

Con el ciclo que está cumpliendo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha quedado más claro que en México.

Con el ciclo que está cumpliendo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha quedado más claro que en México, quizás como en muchos otros países, tanto el neoliberalismo como el populismo no representan una alternativa en términos de desarrollo, bienestar social, justicia y democracia.

Está demostrado a estas alturas que ambas salidas han fracasado rotundamente, particularmente en México. El neoliberalismo es la visión de los países más desarrollados que, mediante el “Consenso de Washington”, impusieron un conjunto de políticas al resto del mundo a través del FMI, el BM y el Tesoro de Estados Unidos en los años ochenta y noventa del siglo pasado.

Ese pensamiento dictó varias recetas económicas y fiscales como una panacea para resolver sus problemas, entre ellas “achicar” el Estado, privatizar las empresas del gobierno, recortar el gasto público, impedir el déficit fiscal, abrir el mercado al extranjero, congelar los salarios, desregular las actividades económicas y controlar la inflación, entre otras.

Era un enfoque que evidentemente favorecía al capitalismo y era desfavorable para los más pobres, para los cuales se instrumentaron diversos programas y políticas subsidiarias para paliar su situación y para atemperar los efectos draconianos de las políticas de “ajuste” que se llevaron a cabo en la mayoría de los países de América Latina en los años ochenta y noventa.

Treinta años después de su implantación, el neoliberalismo dejó una estela de destrucción con saldos negativos en los principales indicadores de bienestar social y en muchos otros rubros como la corrupción, pero también en el campo de la política, de los partidos y de la democracia representativa en general.

El populismo, que surge como resultado de este desastre, trata de revertir estas medidas favorables al capitalismo, pero lo hace con recetas y enfoques “populistas” que hacen a un lado los criterios técnicos o más científicos y se imponen como una simple reivindicación del “pueblo” en contra de las élites o los grupos privilegiados.

Por lo general, este movimiento es encabezado por un líder mesiánico-carismático que plantea regresar el poder al pueblo que históricamente ha sido marginado o excluido. Ya sea de izquierda o de derecha, el populismo no es estrictamente una dictadura pero se le parece en muchos de sus mecanismos. Gradualmente debilita a las instituciones, niega a los partidos y controlas todos los órganos de poder, como lo estamos viendo en México ahora.

Bajo el populismo hay un “empoderamiento” del pueblo en términos discursivos principalmente, porque en realidad el poder lo tiene sólo el líder (el presidente en este caso) que se asume como la “encarnación” del verdadero pueblo. El pueblo, en este caso, es la masa que sigue al líder, pero no es un actor con autonomía que tenga un proyecto propio como pueblo.

Bajo el populismo se reparte dinero y bienes a los más pobres sin que haya un plan estratégico para superar la pobreza, sino más bien como una reivindicación frente a los privilegios de los que gozaron las clases más pudientes de la sociedad. Es como invertir la pirámide, aunque eso no necesariamente conduzca hacia un mayor progreso y bienestar social.

Aunque el populismo tiene en su base una reivindicación legítima, su implantación se hace mediante la polarización y la división de la sociedad, no a través de acuerdos o proyectos consensuados, sino a través de la polarización y la construcción de bandos que simplifica las diferencias y las luchas políticas: buenos y malos, conservadores y liberales, corruptos y honestos, etcétera.

Es obvio que tanto el neoliberalismo como el populismo no significan una salida para nuestro país. Lo estamos viendo con las políticas de López Obrador y con algunas parecidas en otras partes del mundo. El populismo destruye a las democracias y abre el camino de la confrontación, no entre el pueblo o los grupos de poder como se cree, sino entre un líder teocrático y los núcleos del poder empresarial.

En México necesitamos una “tercera vía”. Parecida a la que teorizó Anthony Giddens para los países europeos en los años ochenta, que hasta ahora es lo mejor que se ha logrado después de la trágica experiencia del socialismo real y del fracaso del capitalismo como sistema económico.

Aquí estamos entrampados, reconociendo que el neoliberalismo fracasó en sus grandes metas, pero el populismo que se ha impuesto como solución quiere regresar al pasado con conceptos gastados de soberanía, bienestar y democracia popular. Ni Morena ni la oposición tienen una propuesta viable para el país de cara a la elección presidencial de 2024. El país se consume en una grilla eterna.

*El autor es analista político.

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