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Tijuana en su peor momento

He visto a Tijuana y a su gente a lo largo de más de 40 años. He visto sus cambios desde el punto de vista urbano y social.

He visto a Tijuana y a su gente a lo largo de más de 40 años. He visto sus cambios desde el punto de vista urbano y social, y nunca la había visto tal mal como ahora. El problema no es sólo urbano o de movilidad, como se cree porque es lo que se ve; el problema es más profundo y preocupante porque todo indica que va a empeorar en los próximos años.

Un problema fundamental es que la ciudad alberga más carros de los que caben. Así de simple. Todos conocemos ya, más o menos, cuál es el problema. En Tijuana, por su ventaja de ser una ciudad fronteriza, se puede comprar un carro de origen norteamericano. La mayoría de las veces sin importar. Son vehículos de trabajo en general, y se hacen necesarios porque el transporte público es pésimo y oneroso.

Estos carros están ahora “legalizados” por el gobierno de López Obrador. Ahora están ahí inundando la calle, con sus plaquitas color guinda, sin seguro para cubrir daños a terceros y excesivamente contaminantes. Está bien, resolvieron un problema pero crearon otros con más repercusiones. La ciudad se ha convertido en un cuello de botella todos los días de la semana.

Otro problema de la ciudad son las “edificaciones” verticales, pensadas como la oferta de vivienda o de oficinas para la población México-americana de EU. No son para los mexicanos. Es para la población del otro lado que tiene poder adquisitivo y quiere invertir en Tijuana, que es lo único que les interesa a los dueños de estos edificios. ¿Qué concepción priva aquí? La de que Tijuana es una ciudad para servir al otro lado. Como siempre.

Un problema más de Tijuana es la carencia de vivienda para los estratos medios y bajos. Ahí están las monstruosas aglomeraciones de Santa Fe y sus similares por todas partes de la ciudad. Zonas dormitorio, estrechas, hacinadas, sin espacios verdes, zonas cuadriculadas, con problemas vecinales intensos. Embudos de tráfico, perfectas para el estrés y el desgaste emocional, y un infierno para enfermos y niños.

Otro problema central de Tijuana es su población, con ángulos positivos y negativos. Tijuana es el municipio más poblado del país, según el Censo más reciente, pero no es por su crecimiento natural sino por la migración de origen nacional, centroamericana y sudamericana. Se ve en las calles de algunas zonas del centro. Banquetas atestadas de gente de todos colores, como en algunas calles famosas de Nueva York, aunque aquí en su versión subdesarrollada.

Es decir, tenemos una ciudad extraordinariamente diversa en cuanto al origen de su población. Ahora se ven más negros o gente de color por la calle, hondureños, guatemaltecos, haitianos, cubanos, salvadoreños, etcétera. Todo eso la enriquece desde cualquier punto de vista que se le vea. Seguramente va a ser la ciudad multiétnica más grande del país.

Sin embargo, esto también tiene un ángulo negativo: toda esta gente no está identificada con la ciudad porque está “de paso”. No hay una relación afectiva con Tijuana, que es lo mismo que también le pasa a los sinaloenses, a los sonorenses y a otros migrantes nacionales. Es la población flotante sin arraigo y sin compromiso con la ciudad donde vive, que tiene honda traducción en la participación política.

Pero de todos estos problemas hay uno que destaca: sus malos gobiernos. A Tijuana la ha gobernado la clase empresarial o la gente de dinero. Sobre todo a partir de finales de los años ochenta en adelante. Ya fuera del PRI o del PAN, sus alcaldes han surgido de los sectores más pudientes: Bustamante, Hank, Kiko Vega, con excepciones de algunos que tienen otro origen.

Esto cambió abruptamente con la llegada de Morena. Morena es un partido cuyo objetivo principal es desplazar a la gente de dinero del poder (político) y colocar en su lugar a gente más ligada al pueblo. Pero hasta ahora le ha resultado un fracaso. Sus alcaldes no han funcionado. Arturo González pedía licencia cada tres días porque quería ser gobernador, y Monserrat Caballero no tiene la más pálida idea de lo que es gobernar.

Bajo los gobiernos de Morena, Tijuana camina sin rumbo. Es un páramo sucio, sin orden y sin legalidad, cada quien se las arregla como puede. Salir a la calle es exponerte a cientos de peligros de todo tipo, o quedarte atrapado cuatro o cinco horas en el tráfico, sin hablar de la inseguridad que la sangra constantemente desde hace años.

Los grupos que antes gobernaban, la vieja clase política panista y priista, están derrotados. Los empresarios escondieron la cabeza, sus cámaras bajaron la voz, los partidos agonizan, y el ciudadano común y corriente está apoltronado en su legendaria apatía. Tijuana es como un barco a la deriva.

No va a ser fácil salir de este laberinto. La vieja clase política ya no va a poder regresar y la nueva va a tardar años en aprender. La ventaja es que nadie se va a quejar o se va a dar cuenta. ¡Feliz Navidad a los lectores!

*- El autor es analista político.

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