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La ultraderecha crece más allá de Milei

Es motivo de alarma para las fuerzas progresistas y demócratas.

La ultraderecha ganó en Argentina. En la boleta estuvieron Sergio Massa, candidato del peronismo moderado, y Javier Milei, un libertario que importa ideas y discursos de Trump y Vox (España), este último su aliado confeso. Más allá del desenlace, triste por lo demás, la ultraderecha sudamericana crece y colma espacios legislativos en Argentina, Brasil y Chile.

Es motivo de alarma para las fuerzas progresistas y demócratas. Las condiciones que propiciaron la recomposición del tablero político en América Latina son debatibles y poco generalizables.

En Argentina la inflación pospandemia y la deuda contratada por el macrismo tienen alto poder explicativo. En Brasil, pesan el bajo crecimiento de años post-Lula y la judicialización del caso Lava Jato. En Chile, la explosión social del 2019 parece haber detonado un movimiento contrarreformista encabezado por José Antonio Kast, otro aliado de Vox.

Los casos de corrupción, como sucedió en su momento en Italia tras “Manos Limpias”, también influyen. En América Latina, en general, es imposible soslayar la influencia de la batalla cultural que en Estados Unidos y Europa rechaza al ambientalismo, feminismo, la migración, el multilateralismo y ciertas políticas redistributivas.

Los consensos de las últimas décadas parecen erosionados. Con independencia del triunfo de Lula y el cierre de Massa, que parecía apuntar al tercer lugar en algún momento, el alza parlamentaria de la ultraderecha, la caída de la derecha moderada y el sostenimiento de la izquierda resalta que el neoliberalismo ochentero y noventero envejeció como la leche.

El crecimiento económico prometido del Consenso de Washington nunca cristalizó, y la convergencia entre el Norte y Sur Global ha sido más lenta de lo esperado. Ante nuevos fenómenos como la pandemia y la crisis climática, o el resurgimiento de viejos males como la guerra o el consumo desmedido de narcóticos con inseguridad asociada, el mundo no ha logrado dar respuestas convincentes.

La democracia representativa en la forma actual padece de cierto agotamiento ante groseras brechas entre gobernantes y gobernados, acentuadas por el cambio tecnológico y la emergencia de nuevos canales de comunicación, como las redes sociales.

Los embates ultraderechistas multiplican el riesgo sistémico. En primer lugar, Milei -como Kast en Chile- tiene vínculos con las dictaduras que azotaron a sus países, y han hecho apología antidemocráticaal estilo de Vox con el franquismo.

En segundo, en países tan desiguales como los latinoamericanos, políticas que acentúan desigualdades pueden gatillar ebullición popular.

Esos dos factores amenazan de raíz la convivencia democrática. México ha sorteado por ahora el crecimiento de la ultraderecha partidista, pero circulan amenazas.

En los partidos, un nutrido sector panista que incluye a Lilly Téllez y Gabriel Quadri ha abrazado el discurso de Vox y hasta invitó a su líder Santiago Abascal al Senado.

Entre ex presidentes, Felipe Calderón y Vicente Fox tuvieron un ataque de sinceridad; removidas las máscaras, firmaron un desplegado en apoyo a Milei.

En los márgenes, si bien Eduardo Verástegui carece del éxito que pretendía, sigue siendo el candidato independiente mejor posicionado con un discurso que defiende sin ambages la libre portación de armas, cual republicano.

No podemos pasar por alto que Ricardo Salinas Pliego, cuyo relato libertario contra “gobiernícolas” también desprende un tufillo importado, sigue reforzando su figura e ideología con billetes y poder mediático. Que México haya logrado frenar el impulso ultraderechista es buena noticia, pero la guardia debe mantenerse en todo lo alto.

Morena no puede olvidar su espina dorsal ni razón de ser, y debe seguir creando y ejecutando políticas que cambien la vida de la gente, sin discursos vacíos ni pragmatismos pusilánimes. A la oposición partidista tampoco le conviene la expansión ultraderechista. El gran perdedor no sería Morena, sino partidos como el PRI que carecen de credibilidad para empatar ese discurso y que por su olor a viejo cargan riesgo existencial.

Las fuerzas políticas de brújula extraviada que alimentan a la ultraderecha, en especial las del Frente Amplio por México, harían bien en recalibrar su andar. El horno no está para bollos.

El autor es economista y politólogo. Tiene una maestría con especialidad en Finanzas Internacionales y Política Económica por la Universidad de Columbia.

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