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La otra realidad

Soy tijuanense adoptivo, ya que me tocó llegar a Tijuana cuando tenía 13 años de edad. Nuestra familia se mudó desde Mexicali y muy pronto entendí que Tijuana era una ciudad muy diferente.

Soy tijuanense adoptivo, ya que me tocó llegar a Tijuana cuando tenía 13 años de edad. Nuestra familia se mudó desde Mexicali y muy pronto entendí que Tijuana era una ciudad muy diferente.

En la capital, teníamos nuestro domicilio en la Colonia Nueva (que en realidad es muy vieja) a dos cuadras de la ahora casa de gobierno. El desplazamiento cotidiano más lejano que hacía era hacia la escuela, que se encontraba en el fraccionamiento Villafontana ubicado en el extremo sur oeste de la ciudad, justo en la salida por carretera hacia Tecate y Tijuana; el recorrido era de 7 kilómetros y lo hacíamos en transporte escolar. En mi perímetro cercano a casa, de alrededor de dos kilómetros a la redonda era donde hacía la mayoría de mi vida; dentro del primer kilómetro alrededor, estaba el lugar de trabajo de mi padre (antiguo palacio de gobierno) y a una cuadra, su despacho personal; también estaba un hospital del IMSS, supermercados, farmacias, restaurantes, tortillerías, el club deportivo a donde asistíamos a nadar y ya extendiendo este radio a dos kilómetros, estaban las casas de mis abuelas, y muchísimos tíos y primos muy cercanos. Aunque en esa época no existían ciclovías, muchos vecinos y conocidos de edad escolar nos podíamos mover en toda esa zona sin contratiempo en nuestras bicicletas. Cuando requería ir más lejos, en las calles inmediatas perpendiculares a la nuestra circulaba transporte publico que nos podría llevar a casi cualquier rincón de la ciudad; para nuestra movilidad, dependíamos muy poco de “aventones” en los autos de los adultos, incluso por muchísimos años, nuestra familia tuvo solo un auto.

Llegando a Tijuana, nuestras costumbres y patrones tuvieron que cambiar. Primero, la casa donde vivimos al llegar se encontraba literalmente en la punta de un cerro al final del fraccionamiento. Mi principal modo de transporte hasta esa fecha, la bicicleta, desgraciadamente no era adecuada para vencer las grandes pendientes y peligrosas curvas del fraccionamiento donde llegamos a vivir.

Aunque mis primeros amigos en Tijuana vivían relativamente cerca de nosotros para llegar caminando, trepar esas pendientes de subida al regresar a casa era agotador. Pronto nos hicimos dependientes del automóvil y al llegar a la adolescencia, dependíamos completamente del automóvil como medio primordial de movilidad.

Otra situación que se hizo evidente es que a finales de los 70s cuando llegamos, es que en Tijuana no había agua en las tuberías gran parte del tiempo. Dependíamos de una cisterna y bomba y frecuentemente, del suministro de las famosas y escasas “pipas” que zigzagueaban la ciudad surtiendo el preciado líquido cuando las tuberías de la ciudad estaban vacías. En Mexicali, nunca nos faltó agua ni requerimos tinacos o cisternas. Además, cuando salíamos de las calles de concreto de nuestro fraccionamiento, nos encontrábamos con una ciudad llena de baches persistiendo esta problemática hasta el día de hoy.

Cuarenta años después, Mexicali sigue siendo una ciudad más ordenada y con menos problemas de infraestructura que Tijuana, y ésta última sigue siendo esa ciudad dinámica y resiliente pero incomprendida por el gobierno federal y olvidada por la inversión pública federal y estatal por lo que los rezagos urbanos siguen creciendo.

Bueno, te preguntarás cual es el objeto de comentar esto… Resulta que a Tijuana “le ha ido mal” estos últimos años a pesar de que el gobierno estatal ha estado encabezado por originarios de Tijuana 17 de los últimos 23 años y de poco ha servido para que Tijuana mejore sobre todo cuando la comparas con lo logrado en Mexicali; con la llegada de nuestra futura gobernadora originaria de Mexicali, me preocupa que no le ponga el justo interés a Tijuana y su zona metropolitana; se requiere que nuestras autoridades locales y la representación federal asuman el liderazgo que se requerirá para lograr al fin abatir los rezagos, aprovechar el potencial de esta región y detener el empeoramiento de nuestra calidad de vida.

Se vale soñar.

* El autor es arquitecto tijuanense, pro ciudades compactas.

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