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El Imparcial / Ensenada / Columna México

Bondades y desafíos de abrir un partido en época electoral

La práctica política exige cabalgar contradicciones. Lo mejor que puede hacer un gobernante es identificarlas.

Las últimas semanas abrieron acalorados debates sobre la conveniencia (o no) de reclutar en época electoral perfiles externos o postular cuadros alejados del corazón de la militancia. En Morena, las sumas de Rommel Pacheco (PAN) a Claudia Sheinbaum y la candidatura de Omar García Harfuch han levantado más polvo del deseable. En Movimiento Ciudadano, Samuel García y Marcelo Ebrard descuellan en un partido donde varios dirigentes manifiestan abierta oposición a la designación del segundo por sobre el de casa.

Las ventajas de abrir un partido a candidatos externos o poco aceptados por el núcleo militante son varias. En primer lugar, los nuevos reclutadas puede sumar de manera instantánea sus simpatías acumuladas y restar apoyos al bando contrario. Es de particular importancia para partidos chicos que buscan ganar nuevas alturas -M(E)C, por ejemplo.

Una segunda bondad, en especial para un partido mayor, es que en época electoral envía señales de que se capta talento (bueno o malo) por prometedoras probabilidades de triunfo. Pensemos en Xóchitl Gálvez como la cara opuesta; desearía poder presumir que morenistas se unen al PRI y PAN porque el barco se hunde… y no al revés. Pero sucede en la práctica lo contrario: Recién anunció que había interés de captar tránsfugas o chapulines, sólo para después aceptar que sólo buscaban conversión actores locales. Siendo francos, si Xóchitl no acumula sumas relevantes es porque su campaña está en declive o en el mejor caso estancada.

Una tercera ventaja de aceptar cuadros externos es que transmite apertura, renovación y cierta sensación de accesibilidad al poder. Un partido que postula sólo a militantes de larga carrera puede enfrentar dificultades para ganar independientes por percepciones de inercia. La llegada de sangre nueva -aunque es debatible si debe provenir de otros partidos- puede inyectar nuevas ideas, sumar causas y encarar demandas desatendidas. Puede incluso ser un remedio contra el sectarismo.

Pero no todo es miel sobre hojuelas. Un desafío mayor es que la inclusión de nuevos perfiles excluya del centro de mando a trayectorias establecidas y respetables dentro del partido. Peor aún: Si esos militantes no aceptan la apertura al exterior, el riesgo de una moral alicaída y de fracturas internas se dispara. De corto plazo, una mala salida puede provocar falta de movilización electoral y pérdida de votos; de largo, la pérdida de opciones de relevo atractivas o de grupos de simpatizantes comprometidos.

El segundo riesgo es que el discurso político se diluya o quede descafeinado. Omar García Harfuch recibió duras críticas porque ha sido incapaz de ofrecer color sobre sus ideas, convicciones y trayectoria política allende el machaque de algunos postulados básicos del Presidente o Claudia Sheinbaum. Una cosa es el disgusto, potencial sabotaje o traición de alguna corriente al interior; otra muy distinta es una desmovilización entera de un nutrido sector social el día de la elección o, después, a lo largo del Gobierno ganado. Una lección política indispensable del sexenio de López Obrador es que unas bases bien galvanizadas destraban impasses y aceleran procesos de cambio.

La tercera gran desventaja es que abrir el partido en época electoral implica una posible saturación posterior de espacios en un nuevo Gobierno con piezas ajenas al sentido del voto. La práctica del chapulineo se explica en muchos casos por el reparto de cuotas de poder para grupos de interés o por una burda estrategia de desactivación de conflictos (cooptación al estilo priista). Sin embargo, un Gobierno fragmentado en silos, sin sello propio ni convicciones firmes y que lucha sólo por la captura cotos de poder puede ser receta segura para el fracaso.

La práctica política exige cabalgar contradicciones. Lo mejor que puede hacer un gobernante es identificarlas, en primer lugar. En segundo, desarrollar mecanismos de defensa para eludir el cinismo y el cultivo del apoltronamiento. Y finalmente, practicar la tolerancia con quienes activan alarmas de abuso ante cualquier ruta elegida. El pragmatismo bien entendido navega y encuentra puerto siguiendo el faro moral de advertencias y vetos militantes; caso contrario, encuentra en la deriva a su mayor adversario.

 

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