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Hagamos mucho, con poco

Corría el primer trimestre del año 2019 y yo estaba escuchando la radio, rumbo a mi despacho; al concluir la melodía, inició un corte informativo que informaba el promedio de homicidios dolosos y añadía que eran producto de la lucha entre el crimen organizado. Efectivamente, la inercia del más grave de los delitos fue ascendiendo durante el Gobierno de Peña y se estabilizó -allá arriba- durante la actual administración. Sin embargo, ese fragmento informativo cayó (adrede o no) en la misma premisa falsa a la que tanto recurrió el calderonismo: Los muertos son narco-criminales que se matan entre ellos. Esto no sólo es así, pues la poquísima evidencia que existe, de tipo causal entre crimen y motivo, no arroja una clara conclusión al respecto.

En aquel entonces, el plan federal de seguridad ya era algo difícil de comprender para la mayoría de los mexicanos y por lo tanto, creí conveniente plantear lo que consideré una alternativa viable, económica y esperanzadora. Para ello propuse -en los espacios de opinión pública donde participo- que el Gobierno, mediante sus instituciones de seguridad y procuración de justicia, en mancuerna con centros académicos y de investigación desarrollara un programa para entender por qué mueren dolosamente los mexicanos pues qué sencillo sería diseñar políticas públicas de seguridad si los malos se mataran entre sí y cómo se complicaría esa tarea si el fenómeno homicida tuviera otros orígenes, inconexos a los de la criminalidad convencional. Incluso, le escribí a la directora de uno de los más sonados think tanks en el País para proponerle la idea (a cambio, ella escribió una columna en El Universal, transcribiendo mi email como idea de ella) pero desafortunadamente la propuesta acabó siendo un llamado a misa.

Hoy retomo esa idea, pues si los responsables a nivel nacional no se animaron, creo que la desastrosa realidad en Sonora invita (obliga) a que sus gobernantes comiencen a ser más ingeniosos. Una y otra vez, la historia nos repite capítulos donde a partir de episodios de dificultad, surgen coyunturas donde emergen liderazgos frescos que reciben -casi por error- la oportunidad de intervenir en la línea del destino y son factor determinante para el cambio regenerador. La expectativa de esperanza es lo que nos ha entusiasmado a la abrumadora mayoría de los electores sonorenses, pues tras una decepción de doce años, vendrá un Gobernador que no es títere de poderes fácticos y que tendrá todos los astros alineados (aunque recibiendo a Sonora en condiciones críticas), casi casi no da pretextos para no explorar todas las rutas para la construcción de la paz, aprovechando el mucho o poco talento del que se disponga.

Desafortunadamente no se ha valorado (presupuestalmente) a la investigación como debiera hacerse, tanto en lo tecnológico/científico como en lo sociológico/gubernamental (por cierto, esta es una de las diferencias clave entre los países desarrollados y los tercermundistas). Este fenómeno ha ido complicándose en los últimos 20 años y por lo tanto, cuando México entró en la vorágine homicida, hubo muchos intentos de explicaciones, vagos, pero sobre todo de lugares comunes; llevamos quince años en una ruta complicada. En este contexto, ha habido aislados esfuerzos desde la academia local, principalmente de las áreas de sociología, que han intentado encontrar rutas claras para activar políticas que prevengan el homicidio pero desafortunadamente son insuficientes y no hacen mancuerna con nuestros gobiernos locales.

Quizá tenía razón José Alfredo Jiménez, cuando dijo que la vida no vale nada; basta abrir la sección policiaca de los periódicos locales para ver cómo son comunes los episodios donde el muerto fue asesinado por el compadre en la borrachera, o del hombre que se vengó por la indiferencia de su ex amante. Quizá hoy en México, después de tantos y tantos miles de muertos, después de que la gente se dio cuenta que al cabo no pasa nada (impunidad), después de consumir tanta violencia en la cultura mediática, interiorizamos y digerimos el fenómeno homicida como parte de nuestra dinámica -irónicamente- de vida. Si los sicarios se matan entre sí, las fórmulas para que el Estado realmente decida existir y gobernar, son mucho más sencillas que cuando nuestra sociedad sabe que matar es parte de vivir.

Creo que estos consejos ciudadanos de seguridad y estas organizaciones empresariales muy preocupadas por el bienestar ciudadano (pero en ambos casos, históricamente manteniendo un lazo íntimo con los gobernantes) deben animarse -con recursos- a empujar una alianza entre los aparatos de seguridad (que tienen estadística), los ministeriales (cuya investigación puede arrojar variables causales), las instituciones educativas con un programa ad-hoc, y un grupo de trabajo prioritario en gubernatura y alcaldías para que se diseñen y ejecuten con carácter urgente las políticas públicas preventivas, de corte social, que metan freno (en todo aquello paralelo a la narco-dinámica) a esta situación tan dolorosa en la que nos encontramos. Nuestra realidad actual ya es históricamente demandante y adversa; es hora de apoyar a los liderazgos para que se animen a enfrentarla.

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