Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Sonora

El diminuto bicho que nos une y nos separa

Parecía muy lógico que la catastrófica pandemia nos uniría a todos en este concierto que supone nuestra actual civilización mundial.

Parecía muy lógico que la catastrófica pandemia nos uniría a todos en este concierto que supone nuestra actual civilización mundial. La verdad es que las diferencias que nos caracterizan no sólo surgen según las diferentes regiones y naciones sino que tales diferencias brotan a partir de la inmensa variedad de criterios personales que definen nuestras maneras de pensar, de ver las cosas, de ver la vida.

Cuando la epidemia fue ya calificada como pandemia con evidente amenaza a todos los terrícolas, apenas tuvimos conciencia de ser todos una misma cosa cuando muy pronto fuimos mostrando nuestras distintas actitudes según la percepción de lo que estaba ocurriendo. Las primeras diferencias surgieron en materia científica, concretamente en temas de salud y bioestadística, lo que es muy entendible toda vez que el culpable era un bicho nuevo, invisible e invencible y dispuesto a atacarnos por parejo.

En cosa de días surgieron las diferencias en torno a los datos que se iban revelando y esto persiste hasta el momento actual: Que si tal País maquilla o no sus cifras de contagiados, enfermos y muertos, tratando de esconder vergüenzas y de resanar prestigio haciendo trampas infantiles. Que si la autoridad mundial en salud está equivocada o confundida. Que si las políticas públicas y sus estrategias son las correctas o no, según el grado de empatía o de aversión que se tengan mutuamente acusadores y acusados. De repente, a la mitad del desastre, individuos o grupos de influencia tuvieron la ocurrencia de negar o minimizar lo que estaba ocurriendo asegurando que todo era una mentira o, cuando menos, una desmesurada exageración: Allí tenemos a todos aquellos líderes que eligieron “cocinarse aparte” y que incitaron con sus palabras y actitudes a sus pueblos para que ignoraran las recomendaciones surgidas de una docena de científicos desarrapados, sin autoridad técnica ni moral -según ellos- para advertir a esos grandes personajes del momento que todo eso que se veía venir era en serio; fueron aquellos líderes políticos que sugirieron como “exagerados” o borregos a quienes creyeron en la grave dimensión de la catástrofe, los mismos que indicaron que no pasaba nada, que la sana distancia era un sinsentido, que nos fuéramos a la calle a gozar de la vida.

Muchos que tomaron la palabra a esos líderes irresponsables y gozaron de la vida callejera en aquellos momentos hoy ya no están en este mundo, y se fueron no sin antes transmitir su legado patológico a muchos otros, entre ellos sus propios familiares. Esos líderes, hoy opacados por la realidad, ya no saben cómo disimular su irresponsabilidad. No ha sido menor en el mundo el desacuerdo acerca de cuándo y cómo suspender el confinamiento y regresar a las labores y México no es la excepción: Así tenemos titubeo y vaivén de decisiones con el manifiesto desacuerdo entre el Gobierno federal y los gobiernos estatales. De igual manera se ha abierto una brecha de opiniones en torno a cuál será el balance apropiado entre la salud (distanciamiento social) y la economía (sustento) y hasta se llegan a enfrentar en una ecuación entre el número de muertes por la pandemia o por el hambre. Ni qué decir que en todo este espectro de diferencias subyace no sólo una sana diversidad de criterio sino un verdadero y provocador enfrentamiento de actitudes dictadas por las filias ideológicas, políticas e incluso partidistas en algo que, como veíamos al principio de este texto, habría de habernos unido en lugar de habernos separado. Nos da la impresión que la falta de un buen liderazgo rebasa ya el ámbito de las naciones y es hoy de prevalencia global.

En esta nota