Criterio
Hoy marcharán por las calles de más de 50 ciudades de México hombres y mujeres de todas edades y condición social para manifestar su convicción en favor del derecho a la vida desde que esta es concebida hasta su muerte natural. Por ahora es imposible darse una idea de cuántas personas harán el total de los manifestantes y cuántos mexicanos los verán marchar desde las ventanas de sus casas o desde las banquetas. Pero en este caso más que los números importa el motivo. Y es que en la civilización que nos ha tocado vivir se ha instalado gradualmente una cultura de la muerte y por esta se entienden no precisamente las guerras y las vidas cobradas actos ilegales sino aquellas muertes provocadas al abrigo de la ley. Leyes necrófilas que se han venido votando en los parlamentos y congresos o se han decretado desde el poder bajo el argumento de que son derechos. Derechos del Estado en el caso de la pena de muerte, derecho de la mujer en el caso del aborto, derecho del infeliz en el caso del suicidio asistido, derecho del sufriente en el caso de la eutanasia. Si bien estos actos no son novedad en la historia, sí lo son como acciones permitidas y al amparo de las leyes. ¿De dónde surge todo esto? Hay quienes se disgustan al escuchar que el origen histórico de estas modas jurídicas tiene sus raíces en la ideología nacional-socialista de la Alemania de la primera mitad del siglo pasado; efectivamente, el impulso nazi promovió la aceptación oficial de la muerte desde tiempo antes de la Segunda Guerra Mundial cuando la intelectualidad primero, y después la sociedad en general, fueron persuadidas de deshacerse de agobios eliminando a los improductivos (enfermos incurables, discapacitados, malformados y enfermos mentales) a quienes se les llamaba “nutzloseresser” (“comelones inútiles”). Se esgrimía un doble motivo: Reducir el gasto social “inútil” y quitar el dolor al que sufre. A los 17 centros oficiales de exterminio en Alemania se llevaba a los “inútiles” para eliminarlos. Los intelectuales primero y después la sociedad en general fueron poco a poco persuadidos de las ventajas de la eliminación de los “inútiles” promovida desde el Gobierno. Los nazis perdieron la guerra pero el nazismo dejó su olor. Las sociedades del confort, en especial la Europa Central y los Estados Unidos, luego se hicieron cargo de maquillar un poco aquella incipiente cultura de la muerte para darle una especie de consistencia intelectual, ponerle estrategia y táctica y presentarla como algo conveniente, primero sólo en ciertos casos y después para cualquier caso, bastando la autonomía de la persona que significaba su derecho a decidir incluso la muerte ajena. Y legalmente, por supuesto. No se necesita ser muy listo para darse cuenta que una ley no es justa sólo por ser ley: La historia da cuenta de la cantidad de leyes injustas que han habido y hay. Y tampoco se requiere ser un genio para darse cuenta que las leyes contienen un mensaje que no es fácil evitar: El que cuando algo se hace legal ya por eso deja de ser malo y de repente se transforma en bueno; es el engaño pedagógico de la ley. No hay que chuparse el dedo: Las leyes necrófilas buscan resolver los problemas matando ¿o no? Buscan una engañosa tranquilidad y comodidad deshaciéndose del otro, de los que dan lata, de los que molestan, de los improductivos, de los que incomodan. En el caso de la eutanasia, ¿por qué no dejar que la persona muera de manera natural, sin ser eliminada intencionalmente, procurándole -claro- el menor sufrimiento posible? En el caso del aborto ¿por qué no procurar la vida y bienestar de ambos, la madre y la hija(o)? ¿Qué remedios son aquellos que sólo matando funcionan?
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