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No te vayas sin decir adiós

El 20 de junio salí de mi departamento presurosa sin despedirme de mis dos perritos chihuahuas.

El 20 de junio salí de mi departamento presurosa sin despedirme de mis dos perritos chihuahuas, pensaba volver pronto, solo iba un par de horas a cenar con una amiga. Regresé tres meses después.

Suelo pensar, que quizás pude no haber regresado nunca debido al grave accidente que sufrí y me mantuvo postrada por un largo periodo. Cuando uno cierra la puerta de sus casas para ir al trabajo, al parque, al mercado o simplemente a visitar a un amigo, sales con la idea simpática de que siempre vas a volver.

Pues no siempre es así, por más trillada que les pueda parecer esta idea, la realidad es que la vida no es un contrato permanente que te permite permanecer el tiempo deseado en este mundo. Algunos tienen suerte de llegar a huesos viejos, pero no siempre es así. La mayoría de las veces no es así.

Por eso, cuando abran esas puertas dispuestos a salir al mundo, no olviden volver la vista atrás y decir adiós a las personas que más aman. Abrazar a su madre, sus hijos, sus seres queridos. Acariciar la cabecita de sus mascotas, agradecer por el momento de vida.

Esto que escribo puede pensarse como un tema trivial, tal vez cursi, pero es más insondable de lo que yo misma puedo imaginar. Cuando tocas la delgada línea entre la vida y la muerte, se abre un horizonte ante tus ojos antes imperceptible.

Se abre la vida como es, compleja, bella, caprichosa, injusta, equitativa, democrática, impositiva, flexible, dogmática, así, con sus matices, con su espíritu, pero solo una.

Antes, cuando me preparaba para escribir mi columna, solía elegir temas críticos, políticos o en tendencia, que son los más explotados por los columnistas. Hoy les quiero regalar algo más mío, más profundo, más del alma.

Quizás es como caminar medio desnuda ante tanta gente, pero es sabido que el alma, a diferencia del cuerpo, no requiere de vestimenta. Yo les digo, la vida es una lección que a veces se aprende tarde.

Esa lección nos enseña pequeñas cosas que logran grandes cambios.

Después de tres meses regresé a mi casa, regresé a la vida, a reconocer de nuevo mis espacios, a recordar los lugares donde dejé guardados mis tesoros, a mirar el atardecer a través de mi ventana.

Después de una larga ausencia, y de volver a abrir la puerta por la que salí hace tanto tiempo, y al ver a mis perritos saltando de alegría al verme de nuevo, prometí nunca más irme de casa sin decir adiós.

*La autora es periodista independiente para medios internacionales.

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