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Recuperar el parque Benito Juárez

En un sistema económico como el sobrellevado en nuestro país; el acaparamiento de los recursos naturales obedecen a una funcional rutina apegada a reglas no escritas.

En un sistema económico como el sobrellevado en nuestro país; el acaparamiento de los recursos naturales obedecen a una funcional rutina apegada a reglas no escritas, a valores entendidos basados en procederes corruptos e impunes soslayados, tal acontece, a través de concesiones, contratos, permisos, licencias y conceptos de parecido disfraz; cuyo sello y firma de confiabilidad quedan sujetos al tamaño del moche “donado” a los chuecos facultados de traficar lo ajeno (pero que) abrigados con la credencial de funcionario público conjuga maniobras, encubre riesgos y autoriza los lucrativos “golpe de gracia” en interés de los latrocinios en juego.

Sin afán de menospreciar a ninguna de las pasadas o presentes corruptelas urdidas y operadas en Baja California resaltaremos, por su fama y magnitud, lo ejecutado sobre la llamada zona del Río Tijuana donde, por medio de carretadas de dinero aportado por los contribuyentes, se determinó amarrar el desatado fluir de agua de lluvia encausándola por un largo canal de concreto que, en efecto, clausuró inundaciones fluviales rescatando, a la vez, kilómetros de tierra a favor de mezquinos usureros urbanos quienes acaparadores y especuladores, se apropiaron de la “grandiosa e histórica” acción llevada a cabo por el régimen Priista.

Triste memoria del occiso sexenio de López Portillo y gobierno de Bob de la Madrid donde, sus herederos locales, destinaron unos cuantos metros con el fin de albergar determinados servicios públicos mientras, a la par, concentraban la gigantesca parcela en manos de confabulados mercaderes dotándoles de manera gratuita electricidad, agua potable, pavimento y drenaje siendo, en dicho contexto de usurpación, que los “generosos” apartaron para uso de centenares de tijuanenses un perímetro reducido para plantar la residencia municipal, estatal, biblioteca, estacionamiento y, para “taparle el ojo al macho”, el parque Benito Juárez que habiéndosele destinado más de 40 mil metros cuadrados, entre mordisco y mordisco, prácticamente secuestraron y desaparecieron.

Ofensiva exterminadora que no se ha materializado del todo, gracias a la tenaz resistencia de sus defensores, a una consistente acción jurídica que unidas representan la resistencia para rescatar un patrimonio comunitario incesantemente amenazado, mutilado y cercado por toda clase de provocaciones montada por uno u otro gobernante, que sea por convicción o complicidad con intereses privados, convirtieron la fantasmal plaza cívica en un paraje desprovisto de árboles, en plancha de cemento y aparcamiento que juntos nos recuerdan un espantapájaros aunque, repetimos, para los mercaderes la grandeza del lugar radica en la venta, compra y consumo de fayuca.

Salto trágico de Tijuana en su encuentro con la “modernidad” que, mientras son talados sus ya desplumados árboles, crecen los tentáculos de grandes edificios, de tupidos “rascacielos” dispuestos para enmarañar aún más la entorpecida existencia de su población.

Por esa y otras razones, los asambleístas defensores del parque decidieron desplegar mayor tesón para rescatar las 4.5 hectáreas decretadas como área verde incluyendo, desde luego, el estacionamiento anexo al inmueble concesionado a la UABC.

A reserva de consolidar la lucha; el empeño de la comunidad y la fuerza legal marcarán un ¡basta ya! Por tanto atropello…

*- El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

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