Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas /

 Le pido a Dios jamás perder mi capacidad de asombro

“Recuerdo, recordamos. Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca sobre tantas conciencias mancilladas, sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta, sobre el rostro amparado tras la máscara. Recuerdo, recordemos hasta que la justicia se siente entre nosotros”, R.C. 

“Recuerdo, recordamos. Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca sobre tantas conciencias mancilladas, sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta, sobre el rostro amparado tras la máscara. Recuerdo, recordemos hasta que la justicia se siente entre nosotros”, R.C.

Las imágenes de los niños llorando después de que sus padres fueron detenidos en las redadas masivas realizadas por autoridades de inmigración de Estados Unidos en Mississippi, me dejaron sin aliento.

¿En qué momento empezamos a desgajarnos como humanidad?

¿Cuándo se corrompió el amor y se fueron dejando abandonados los sentimientos de empatía y solidaridad ante la tragedia?

Como caballos verduleros seguimos adelante caminando con los ojos tapados, haciendo como que vemos de reojo, pero en realidad no miramos el fondo de la crisis interna que estamos viviendo como humanidad.

Estados Unidos se ha convertido en un campo de batalla totalmente polarizado, irónicamente me recuerda la isla de Cuba, donde la mitad de la población amaba a Fidel Castro y la otra mitad lo odiaba. Igual pasa con Donald Trump.

La reciente masacre en El Paso, Texas es un recordatorio del odio que se agazapa entre un gran segmento de una población supremacista. Para algunos de ellos la muerte de las 22 personas fue solo el daño colateral de la “invasión hispana”. Para nosotros, fue la impotencia, la frustración, el dolor y coraje ante el arrebato vil de las vidas.

Antes, era recibir reclamos por hablar español en Estados Unidos, y no pasaba de una discusión grabada por algún teléfono, que luego se virilizaba. Ahora se trata de un gringuito de 21 años disparando con armas de alto alcance a “los mexicanos” en una Wal-Mart.

Pero en realidad no se trata solo de Patrick Crusius, sino de la descomposición que estamos viviendo como sociedad, de ver como Trump llega a tomarse las fotos de postal en los hospitales donde convalecen las víctimas, sin reconocer su responsabilidad en la masacre que le arrebató la vida a decenas de personas, destruyó los futuros de sus familias, además de hundir a una nación en el temor y la desconfianza.

Por ahora una mancha muy grande empaña al país que presume su primer mundo, y obliga a los inmigrantes a recluirse en sus hogares, evitar los eventos masivos y bajar la cabeza por temor a encontrarse con un desquiciado.

Hace cinco años llegué a Arizona con el corazón rebosante de alegría, venía a trabajar en lo que más amo, el periodismo y, empezar una nueva vida.

Pero fue aquí donde conocí el dolor más profundo de mi pueblo, el miedo con el que viven las familias inmigrantes, las vejaciones que tienen que callar los mexicanos, los miles de llantos que se ahogan en el mar de un sistema represor. No hay alternativas, es la miseria, o la sumisión. Y la mayoría prefieren la segunda opción, en aras de darles un mejor futuro a sus hijos. Pero ante este panorama, ¿cuál es el temor de Estados Unidos para atacar así a nuestra comunidad? Es el mismo temor que sienten los opresores y dictadores, que ese pueblo se levante y sea la voz en el poder.

Por lo pronto, debo confesar que quisiera volver amanecer en Mexicali, en mi pequeño cuarto color lavanda con un gran ventanal donde podía observar en las noches cálidas la luna brillante. Sin miedos, sin odios, libre en la tierra que me vio nacer.

Pero sigo aquí, al igual que miles de los que decidimos emigrar, continuo escribiendo historias que laceran el alma. Y mientras escribo le ruego a Dios jamás perder mi capacidad de asombro.

*- La autora es corresponsal de la Agencia Internacional de Noticias Efe.