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¿Habrá un INE del gobierno?

Con el cambio de consejeros en el INE, en donde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador colocó a varios afines a la presidencia, la pregunta que surge es esta: ¿entonces, a partir de ahora habrá un INE del gobierno?

Con el cambio de consejeros en el INE, en donde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador colocó a varios afines a la presidencia, la pregunta que surge es esta: ¿entonces, a partir de ahora habrá un INE del gobierno? La respuesta es que sí, porque lo más probable es que el Instituto responda cada vez más a los lineamientos de la 4T.

Faltan todavía decisiones importantes, como las de la SCJN sobre el famoso Plan B, que lo más probable es que no va a pasar, pero de cualquier manera el consejo general del INE tiene ya otra correlación de fuerzas. Y así va a funcionar y a enfrentar la elección de 2024. Después podrán venir otros cambios.

Si esta hipótesis es cierta, lo más lógico es pensar que este es uno de los cambios y logros más importantes que ha tenido López Obrador en su gobierno, que era ni más ni menos desbaratar al INE o quedarse con él. No lo ha logrado completamente, pero ya ha avanzado en ese proceso.

Los escenarios que se avecinan para el país y para su democracia parecen terribles, porque si algo fue altamente valorado en su momento y durante los últimos años fue que el INE, primero como IFE, era un órgano independiente del gobierno. La gran conquista de los partidos y más de los de la izquierda de los 70, aunque también del PAN, fue que el gobierno sacara las manos de las elecciones y del conteo de los votos.

Se requería un organismo neutral que se hiciera cargo de las elecciones para que éstas fueran confiables, igual que los triunfos de los partidos, que no hubiera sospecha y los votos se contaran de manera transparente, evitando todos los mecanismos del fraude como aquellos de las “urnas embarazadas” o la votación “carrusel”, etcétera.

La coyuntura en la que nació el IFE (1990), después de la cuestionada elección presidencial de 1988, en donde quedó en entredicho la limpieza de la elección y la legitimidad del partido en el gobierno, obligaron al régimen a abrir el sistema de partidos, pero sobre todo a buscar que los procesos electorales tuvieran credibilidad. Eso fue el IFE.

A partir de entonces el campo de lo electoral adquirió una gran preeminencia. El instituto se expandió espantosamente, surgió una burocracia muy grande y fue requiriendo cada vez más un presupuesto muy amplio para cumplir sus funciones que se multiplicaron: organizar comicios nacionales, estatales y municipales; registrar a los candidatos y las plataformas de los partidos; registrar a los ciudadanos y darles una credencial para votar, actualizar el padrón, capacitar a los funcionarios de casilla, contar los votos, poner las mamparas, llevar las urnas al distrito correspondiente; atender las impugnaciones y un largo etcétera.

Lo más probable es que todo lo anterior se va a reducir a su mínima expresión bajo la nueva conducción del INE, como lo ha venido expresando López Obrador reiteradamente. Van a querer hacer todo lo que hacía el viejo INE con menos, pero no está claro que eso sea posible en un contexto donde las elecciones, por sí mismas, consumen grandes recursos en su preparación y realización.

Habrá un INE más “pequeñito”, con un andamiaje operativo más débil, con lo que se puede dar lugar a los siguientes escenarios a partir de las elecciones del 24. El primero es que disminuya la afluencia de votantes como resultado de las dificultades para sufragar, mientras que por otro lado aumenta la afluencia de los votantes “acarreados” o movilizados por el partido de Morena. ¿Será lo que finalmente busca AMLO?

El segundo escenario es que, al percibir que el INE está en manos del gobierno, una buena parte de los electores deje de ir a votar y pierda la confianza en el organismo, que es un capital político que el INE logró a través de los años. Al perder la confianza en el INE, también se perderá la legitimidad de los gobiernos surgidos de las urnas, por lo menos para una parte de los electores.

Estos dos escenarios pueden llevarnos, como una derivación, hacia el ciclo que ya considerábamos que estaba superado en México: aumento del clientelismo electoral por parte del partido oficial (es decir, de Morena), control de las elecciones por parte del gobierno y baja o muy poca legitimidad de los gobiernos electos, aunque –como se dice por el obradorismo- sean votados por el pueblo.

Parecen escenarios catastróficos, pero hay bastantes elementos para creer que son reales y factibles. Sobre todo porque encajan perfectamente en la perspectiva que ha venido manteniendo AMLO y, principalmente, porque son los escenarios en que Morena podía retener por más tiempo el poder y la presidencia.

La única forma de revertirlos es que haya una votación masiva a favor de los opositores de Morena en todo el país. Pero, ¿eso es posible? No está muy claro por ahora. Ya veremos.

*- El autor es analista político.

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