Entre lectores te veas
Muchos escritores decepcionan a sus lectores porque no son, por una u otra razón, lo que sus admiradores esperaban de ellos.
Muchos escritores decepcionan a sus lectores porque no son, por una u otra razón, lo que sus admiradores esperaban de ellos. No responden a lo que imaginaban serían al leer sus novelas o poemas. Ahora, en este siglo XXI, gracias a las redes sociales que te ofrecen un menú de fotografías, videos o comentarios, pareciera que ni el más ermitaño literato escapa al escrutinio público, especialmente de esos que les importa más la persona del escritor que su obra. Es lo que sucede cuando choca el deseo de privacidad de un creador con la demanda insaciable de información sobre su vida, como si fuera una labor que el propio escritor tuviera que realizar para gusto de quienes lo leen y lo siguen.
En tiempos anteriores, un lector podía toparse con un autor famoso como Jorge Luis Borges y descubrir que hubiera sido mejor nunca conocerlo para mantener intacta la imagen que tenía de este autor argentino. Como lo expone el español J. M. Caballero Bonald en su libro Examen de ingenios (2017): “Soy de los que hubiese preferido no tratar personalmente a Borges, aun cuando sólo lo hiciera en ocasiones esporádicas: una reunión en la embajada argentina en Madrid, una comida en Alcalá de Henares, una visita fugaz en Buenos Aires. Ninguno de estos encuentros supuso una experiencia satisfactoria. Borges encadenaba juegos de ingenio, retruécanos, maledicencias, con una delectación desazonante. Imposible ensartar el hilo ordinario de una conversación. El maestro era implacable en la elección intimidatoria de un discurso que los demás debían secundar en calidad de oyentes maleables. Los osados, los locuaces, los habituados a la reciprocidad discursiva no eran bienvenidos.”
Tarde o temprano, el escritor debe decidir si va a ser el ogro gruñón o el afable anfitrión de los lectores que lo admiran y le quitan tiempo para hacer su obra. A veces es tanta la presión social para adoptar un papel específico a representar en público, como sucedió con el poeta estadounidense Allen Ginsberg, que pasó a ser un gurú de la contracultura juvenil en los años sesenta del siglo pasado y que tuvo que mantener ese personaje, el del bufón que cantaba, bailaba, gritaba en trance para mantener contentos a sus seguidores. Los lectores le impusieron esa imagen mediática, que tenía algo de verdad y algo de impostación, y ya no pudo quitársela mientras vivió. Un ejemplo opuesto es el de la escritora Rosina Conde, cuya narrativa habla de traumas de infancia y de abusos de toda clase, lo que llevó a que sus lectores pensaran que así había sido su vida de niña, cuando fue todo lo contrario. Rosina tuvo la experiencia de ver que muchos lectores se desencantaban porque su entorno familiar fue feliz y sin conflictos mayores, pues estos anhelaban que su existencia hubiera sido como la de las protagonistas de sus cuentos y novelas. El chasco fue producto, ni más ni menos, de la ingenuidad de sus lectores. Como ella misma me dijo: “No entienden lo que es la imaginación literaria”.
Cuando empecé este artículo dije que los escritores decepcionan a muchos de sus lectores. Lo que se me olvidó decir es que no lo hacen a propósito, que en buena parte de los casos no es su culpa: ellos son como son, pero sus obras pueden hacer creer a quienes no los conocen que es otro su comportamiento, sus puntos de vista, sus inquietudes personales. Pocos lectores tienen la sagacidad de entender que la obra literaria no es un espejo de su autor sino una fantasía nacida de la imaginación propia, de la fantasía personal.
En nuestra era hay un ejemplo magnífico del escritor que se debe más a su obra que a sus lectores. Hablo, claro, de George R, R. Martin, el autor de la inconclusa saga del hielo y el fuego, que es la base de Juego de tronos (2011-2019), la más famosa serie de televisión de los últimos tiempos. Martin no se anda con rodeos cuando la gente le exige termine su saga, que escriba ya los dos libros que faltan para completarla. Él vive la vida a su gusto: escribe otras obras, asiste a convenciones de ciencia ficción y fantasía, colabora con otros escritores, mantiene un centro cultural en Nuevo México. Y si se topa con lectores que le preguntan cuándo publicará las novelas que millones esperan ansiosamente leer, George siempre tiene la sonrisa del verdugo de los Lannister, el dedo medio listo para contestarles.
* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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