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Ecoanálisis

La red no perdona Esta sentencia aparece en la página 34 de mi libro “Pandión, el arte de pescar” (SEP, 2006). Entonces me refería al arte de pesca, esa malla de metros o kilómetros de largo usada para atrapar peces y otros animales en agua dulce y salada. Es un artefacto primitivo cuyo invento sea quizá contemporáneo de las herramientas de piedra. Y cuando una red se usa con la mayor ambición humana posible, puede transformarse en un instrumento de aniquilación, de muerte. Utilizada en la pesca comercial o industrial, la red puede ser supervisada o no durante su operación. Por ejemplo, los barcos atuneros sueltan su red para acorralar al cardumen entero y luego la cierran y levantan para subir a bordo su carga viva, de la que muy pocos individuos escapan. Pero las redes utilizadas en el Golfo de California se dejan ancladas a veces por días, sin supervisión de nadie, y mucho menos si son clandestinas, como las usadas para capturar totoaba. En este caso, se dejan sumergidas para no ser detectadas. El principal trabajo que hacen los ambientalistas extranjeros en este caso, es enganchar con anclas arrastradas esas redes sumergidas. Pero cuando el pescador arrastra su red o si pesca desde la playa la revisa al bajar la marea, tiene la valiosa oportunidad de desenredar peces no deseados o protegidos por la ley cuando aún están vivos y regresarlos al mar. Sólo en este caso la red perdona. Recientemente hemos conferido el “calificativo” de red a la comunicación vía satélite. Y es que así como el hilo del pescador hace nudos equidistantes uno de otro para formar la malla, nuestra comunicación con otros hace lo mismo. En la Internet cada uno de nosotros somos uno de esos nudos. Y como la red primitiva del pescador, la red de la Internet nos atrapa. Lo más valioso de esta pesca son nuestros datos. Preferencias sexuales e ideológicas. Gustos culinarios y aficiones culturales y deportivas. Participación religiosa. Estado de salud. Modas y costumbres, por nombrar sólo algunos de nuestros rasgos personales. Muchos de nosotros nos preguntamos ¿por qué es gratis Facebook? No lo es. A cambio de utilizarlo, estamos pagando con lo más valioso que tenemos, nuestros datos personales y todo lo mencionado anteriormente. Y es más, quizá también alguna información de la que no estamos conscientes pero quienes la controlan si lo están y buscan. La empresa Cambridge Analytica es una de tantas comercializadoras de nuestros datos. Clasifica, ordena y construye padrones de usuarios según nuestras preferencias y luego las vende al mejor postor. La comercialización más reciente y notable es para el uso electoral, para detectar votantes o hacer que voten los que no lo hacen. Y lo que es peor, para hacer que voten por determinado candidato. Y eso ya es influir en una decisión que aspiraba a ser libre. La nueva red que formamos la mayoría global, puede llegar a ser utilizada en nuestra contra y todavía no nos percatamos de ello. El autor es investigador ambiental independiente.

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