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Desde otra patria

¿Usted puede creer que su propio hijo no lo reconozca? Yo no lo concibo, y no soy madre. Pero cuando la inmigrante guatemalteca Mircy Alba, quien estuvo separada de su hijo de 3 años por cuatro meses en un centro de detención en Arizona, me dijo: “¿Usted cree?, mi propio hijo no me reconoció”. Sentí que se me ponía la piel de “gallina”. Este es el resultado de las políticas de “cero tolerancia” implementadas por el gobierno estadounidense de Donald Trump. Mircy fue una de las miles de víctimas de esta cruel medida que separó a cerca de 3 mil niños de sus padres. Cuando eres periodista te toca cubrir muchos sucesos que impactan tu vida, pero tengo que ser franca, en mi carrera pocas situaciones me han removido tanto el alma como esta. Mircy se vio beneficiada por la orden del magistrado federal Dana Sabraw, que preside el caso en la demanda entablada por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) al Gobierno por separar a menores de sus padres a su llegada a la frontera. Sabraw, cuya corte está en San Diego, California, determinó a finales del mes pasado que 102 niños menores de 5 años debían volver con sus padres indocumentados para el martes pasado, compromiso legal que se incumplió, solo menos de la mitad logró reunirse con sus padres. Pero deja y les cuento, el pasado martes me despierta una llamada de mi editor desde Miami, Florida para pedirme que encontrará una madre que hubiera sido liberada de un centro de detención y se reunifique con su hijo menor de 5 años para ese mismo día. Y le respondí: “Lo voy a intentar, ¿pero sabes lo que me estás pidiendo?”. “Claro”, me dijo con su pronunciado acento español y me dio entender que es como encontrar el Santo Grial de los periodistas. Mi mente empezó a trabajar a mil por hora, abogados, activistas, inmigrantes. ¿Dónde podría encontrar un indicio para lograr mi objetivo? Mi editor me pidió que hiciera guardia a las afueras del edificio de las Oficinas de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), donde estaba saturado de periodistas “güeros” con sus enormes cámaras. Le hice unas cuantas propuestas para buscar por otros sitios y la respuesta fue: “Sigue el ejemplo de los demás periodistas y quédate afuera del edificio”. Pero yo tengo un problema, y es de siempre, no suelo seguir a los demás y mi corazón me decía: busca, pregunta y encuentra. Y así fue, seguí mi instinto periodístico, que a veces olvidamos, y que un maestro del periodismo me lo repetía siempre: “Se olvida el sentido común”. Y así encontré a Mircy, en el sitio más común y lógico, la central de autobuses “Greyhound” en Phoenix. “¿Usted es de las madres que se reunificaron con sus hijos hoy?”, le pregunte con la certeza de un sabueso. “Sí”, me respondió, y me contó sobre su dura estadía por cuatro meses en el Centro de Detención de Eloy, donde jamás recibió información de su hijo, al igual de cientos de madres que estaban en su misma situación. Lo más impactante es cuando me relató (con la voz entrecortada) que la liberaron para reunirse con Eder, y su propio hijo la desconoció. No olvido esas palabras: “¿Usted cree, no me reconoció?”. El destino de Mircy y Eder son inciertos, solo sé que tienen corte el 18 de julio, lo más probable para su deportación. Una vez que se alejaron para tomar el camión hacia un nuevo destino en Florida, no pude evitar sentir un sensación similar a la que me describió Mircy cuando se reencontró con su hijo Eder, una mezcla entre alegría por haberlo encontrado y tristeza porque no la reconocía. Mientras que yo sentía alegría por haber logrado un reto periodístico casi imposible y tristeza por la terrible situación que viven miles de padres separados de sus hijos. Corresponsal de la Agencia Internacional de Noticias Efe en Arizona y Nuevo México @BetyLimon16

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