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Las personas que crecieron entre 1960 y 1970 desarrollaron estas fuertes habilidades mentales que los jóvenes de hoy en día no tienen por el uso excesivo de pantallas, según la psicología

Las habilidades que fortalecieron a quienes hoy tienen más de 50 años, frente a una vida sin pantallas.

Las personas que crecieron entre 1960 y 1970 desarrollaron estas fuertes habilidades mentales que los jóvenes de hoy en día no tienen por el uso excesivo de pantallas, según la psicología

En medio del debate sobre cómo la tecnología y la inteligencia artificial influyen en la forma en que niñas, niños y jóvenes se relacionan, aprenden y se comunican, distintas investigaciones han comenzado a mirar hacia atrás.

Profesores, madres y padres advierten que la generación Alfa —y en algunos casos la generación Z— muestra mayores dificultades para interactuar cara a cara, sostener la atención o manejar la frustración cotidiana.

Al mismo tiempo, algunos estudios señalan que quienes crecieron antes de la era digital desarrollaron habilidades mentales que hoy resultan menos comunes.

Una investigación difundida por el diario francés Ouest-France, retomada por medios y especialistas en psicología, apunta que las personas nacidas en las décadas de 1960 y 1970 —hoy mayores de 50 años— desarrollaron capacidades fundamentales gracias a un estilo de vida más sencillo, pero también más exigente.

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La información fue complementada por análisis de sitios especializados como Cottonwood Psychology y Eluxe Magazine, que coinciden en que la ausencia de pantallas, la espera constante y la asunción temprana de responsabilidades influyeron en este desarrollo.

¿Qué cambió entre las generaciones digitales y las anteriores?

A diferencia de la infancia actual, marcada por la inmediatez, el acceso constante a información y el entretenimiento digital, las generaciones que crecieron entre los años 60 y 70 se enfrentaron a tiempos de espera largos, menos estímulos y más interacción directa.

No había teléfonos inteligentes, redes sociales ni respuestas instantáneas. Esto obligaba a resolver problemas, manejar emociones y convivir sin intermediarios tecnológicos.

A diferencia de la infancia actual, marcada por la inmediatez, el acceso constante a información y el entretenimiento digital, las generaciones que crecieron entre los años 60 y 70 se enfrentaron a tiempos de espera largos, menos estímulos y más interacción directa.

Psicólogos advierten que el uso excesivo de pantallas puede afectar la comunicación diaria, la atención sostenida y la gestión emocional, fenómenos que ya se observan en adultos jóvenes de la generación Z.

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Paciencia: aprender a esperar sin ansiedad

Una de las habilidades más mencionadas es la paciencia.

Desde Cottonwood Psychology explican que, para estas generaciones, el aburrimiento no se percibía como una crisis.

Cuando no había nada que hacer, salías, cogías un libro o inventabas un juego en el momento”.

La información tardaba en llegar, los procesos eran lentos y esperar era parte de la vida cotidiana.

Esta experiencia fortaleció la capacidad de tomar decisiones con más calma y enfrentar situaciones sin ansiedad inmediata.

Tolerancia a la frustración: entender que el fracaso es parte del camino

De acuerdo con Eluxe Magazine, muchas personas nacidas en los años 60 y 70 aprendieron desde temprano que la vida no siempre es justa.

Los padres no edulcoraban las cosas, los maestros no repartían trofeos por participar…”.

Este enfoque permitió comprender que equivocarse no significaba fracasar para siempre, sino aprender.

Psicólogos señalan que esta tolerancia a la frustración ayuda a enfrentar problemas laborales, familiares y personales con mayor estabilidad emocional.

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Regulación emocional desde la infancia

El estudio citado por Ouest-France indica que el autocontrol aprendido en la niñez se relaciona con menores niveles de ansiedad y estrés en etapas posteriores.

En muchos casos, las emociones no se expresaban de inmediato, lo que obligaba a procesarlas internamente y regularlas antes de reaccionar.

Aunque hoy se promueve una expresión emocional más abierta, los especialistas subrayan que la autorregulación sigue siendo una habilidad clave para el bienestar mental.

En muchos casos, las emociones no se expresaban de inmediato, lo que obligaba a procesarlas internamente y regularlas antes de reaccionar.

Satisfacción con lo que se tiene

Otra característica común fue crecer con menos posesiones materiales y con expectativas más estables. La crianza no fomentaba la idea de cambio constante ni de gratificación inmediata. Esto ayudó a evitar, en muchos casos, “expectativas poco realistas sobre cómo debería ser la vida”, según el análisis psicológico.

En el contexto mexicano, donde muchas familias aún enfrentan limitaciones económicas, esta habilidad sigue siendo relevante para el manejo responsable de recursos y la estabilidad emocional.

Tolerancia a la incomodidad y resiliencia

Esperar, adaptarse y enfrentar situaciones incómodas sin soluciones inmediatas fortaleció la flexibilidad emocional.

Esta exposición constante a la incomodidad ayudó a desarrollar resiliencia a largo plazo, una capacidad clave para enfrentar crisis personales, económicas o sociales.

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Mayor capacidad de concentración

Actividades como leer durante horas, escribir cartas o escuchar discos completos fortalecieron la atención sostenida.

Este modelo contrasta con el consumo fragmentado de contenidos actuales, impulsado por redes sociales y aplicaciones.

Especialistas señalan que esta capacidad de concentración facilita el aprendizaje profundo y el análisis crítico, habilidades cada vez más valoradas en entornos laborales y académicos.

Resolución directa de conflictos

Antes, los desacuerdos se resolvían cara a cara. Aunque esto podía generar incomodidad, también permitía aprender a leer el lenguaje corporal, escuchar activamente y expresarse con claridad.

Estas habilidades sociales siguen siendo fundamentales para la convivencia familiar, laboral y comunitaria.

Un contexto que no debe idealizarse

Los especialistas aclaran que los años 60 y 70 no fueron décadas ideales. Hubo desigualdades, carencias y situaciones duras.

En países como España —y también en México— muchas personas comenzaron a trabajar desde edades muy tempranas para apoyar a sus familias, en condiciones difíciles.

El valor del análisis no está en romantizar el pasado, sino en identificar qué habilidades se fortalecieron entonces y cómo pueden recuperarse o enseñarse hoy, incluso en un entorno digital.

No se trata de rechazar la innovación, sino de integrar prácticas que fomenten una vida emocional y social más sólida en todas las edades.

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¿Qué pueden aprender las nuevas generaciones mexicanas de este contraste?

Para familias, escuelas y responsables de políticas públicas en México, estos hallazgos abren una reflexión útil: cómo equilibrar el uso de la tecnología con el desarrollo de habilidades humanas básicas como la paciencia, la concentración y la tolerancia a la frustración.

No se trata de rechazar la innovación, sino de integrar prácticas que fomenten una vida emocional y social más sólida en todas las edades.

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