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Cerebros en modo cierre

Cada diciembre ocurre el mismo milagro: todo el mundo recuerda que tiene pendientes… justo cuando ya no hay tiempo.

Cerebros en modo cierre

Es como si el calendario activara el modo pánico prefiesta: esa urgencia repentina de estar al día, aunque nadie lo esté; lo que llevaba meses quieto ahora es “prioridad”, “crítico” o “fundamental para el inicio del próximo año”, aunque ese inicio llegará hasta el 08 de enero, cuando el cerebro por fin regrese del descanso emocional y del recalentado.

Tan noble, el cerebro intenta ayudarnos: le fascinan los finales, porque ahí siente control; cada vez que cerramos algo, aunque sea un archivo llamado “versión final-final-ésta-sí”, nos regala una descarga mínima de dopamina.

Por eso diciembre se vive como maratón emocional: queremos concluir, archivar y tachar con la esperanza de sentir que el año no nos ganó, aunque en algunos días nos haya dejado en “modo avión”.

Justo ahí aparece algo importante: diciembre no es una carrera contra el tiempo, es una experiencia compartida donde todos intentan equilibrar pendientes, emociones, ganas de descansar y espíritu festivo. No es que estemos desbordados: es que estamos cerrando un ciclo y eso, biológicamente, exige energía; el cerebro necesita un punto y aparte antes de comenzar un capítulo nuevo, aunque ese punto y aparte parezca más una coma mal puesta.

También pasa algo curioso en nuestra imagen pública: diciembre nos invita a proyectar calma, satisfacción y claridad, aunque el Excel parezca señal de emergencia… es esa oportunidad de cerrar el año mostrando nuestra versión más centrada, aunque por dentro estemos administrando pendientes como si fuera un “Jenga” emocional.

Mostrar serenidad no es fingir; es aspiración; es decirle a nuestro entorno -y a nosotros mismos- que ya casi llegamos a nuestro destino.

Qué hacer

Hay un pequeño truco mental que funciona muy bien: en vez de intentar cerrar todo, elige tres cosas pequeñas que sí puedas terminar antes del 31; el cerebro interpreta esos cierres claros como “final logrado”, lo que libera espacio mental, reduce culpa y te permite iniciar el próximo año con más claridad y menos ruido.

Todos hemos experimentado esa microvictoria simbólica al mandar el último correo del año; esa sensación de que al cerrar un archivo, se ordena también un pedacito de la vida.

En realidad nada se ordena del todo, sólo cambia de pestaña; pero esa ilusión de pausa nos permite respirar, soltar y empezar de nuevo sin tanto peso.

Al final entre brindis, abrazos tibios, conversaciones breves y buenos deseos que siempre llegan con el toque cómplice de “ojalá éste sí sea nuestro año”, queda algo más profundo que cualquier pendiente: la certeza de que llegamos hasta aquí.

Avanzamos, aprendimos, evolucionamos y seguimos con ganas de intentarlo otra vez; ese impulso, ese pequeño entusiasmo que renace justo cuando el calendario se reinicia, es el mejor regalo neuroemocional y el mejor mensaje de imagen pública: seguimos en pie y con ánimo renovado para escribir lo que viene.

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