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Tendencia dictatorial

El estatismo económico elimina la libre competencia, y al hacerlo lesiona el derecho de los ciudadanos a escoger

El recién casado escuchó lleno de consternación la pregunta que su flamante esposa le hizo por teléfono a su madre: “Mami: ¿es cierto lo que me dice Leovigildo, que por el sólo hecho de haber dicho: 'Sí, acepto' ante el oficial del Registro Civil estoy obligada a darle sexo gratis?”. Picio era feo de solemnidad. Lo fue desde el momento mismo de su nacimiento: Su mamá, en vez de darle el pecho, le dio la espalda. “No es que seas feo, Picito -lo consolaba su maestra de primaria-. Lo que sucede es que no estás en el planeta correcto”. En el camino a su trabajo Picio debía pasar frente a una tienda de mascotas. El dueño tenía afuera un perico que cada vez que veía a Picio le decía: “¡Qué feo eres, cabr…!”. Eso, desde luego, molestaba mucho al interfecto, quien después de sufrir varias veces la injuria del maldiciente loro habló con el dueño de la tienda y lo amenazó con demandarlo si su loro seguía insultándolo. El hombre se preocupó, y le ordenó al cotorro que ya no le dijera a Picio eso de: “Qué feo eres, cabr…”. Si se lo volvía a decir, le advirtió, le desplumaría la cabeza y lo dejaría pelón. Al día siguiente Picio pasó frente a la tienda de mascotas, y el perico le dijo: “Ya sabes, güey”. Si me pidieran una definición de la palabra “libertad” -hasta ahora nadie me la ha pedido- yo diría que la libertad es simple y sencillamente la capacidad de escoger. Escoger, sí, ya sea entre dos marcas de jabón o entre dos candidatos. Una de las características principales del ser humano -por favor, feministas extremadas, no quieran que diga también: “Y de la sera humana”- es que tiene libre arbitrio, única criatura de la naturaleza que posee esa facultad. En ejercitar ese arbitrio consiste la libertad, que es un derecho natural, vale decir no concedido por autoridad alguna, sino perteneciente a la persona por el sólo hecho de serlo. Limitar la libertad en cualquier forma ilegítima equivale entonces a atentar no sólo contra el ser humano, sino también contra la naturaleza. Si del terreno de las filosofías pasamos al de las realidades habremos de decir que los monopolios, sean del tipo que sean, limitan la posibilidad de escoger, de elegir, de optar entre dos bienes o servicios. Eso va en contra de la libertad. El estatismo económico elimina la libre competencia, y al hacerlo lesiona el derecho de los ciudadanos a escoger. Eso vulnera la libertad. Un Gobierno que busca el control de la economía, que pone estorbos a la iniciativa de los particulares, que establece monopolios oficiales, es un Gobierno con tendencia dictatorial. Oponerse a un tipo de Gobierno así es defender la libertad, uno de los mayores bienes de la persona humana. Sin libertad el hombre no sólo pierde su personalidad: Pierde también su humanidad. Al pie del Monte Sinaí el arqueólogo les anunció, jubiloso, a sus colegas: “¡Una buena noticia, compañeros! Hice un hallazgo que la humanidad entera nos agradecerá. Miren lo que dicen estas tablillas firmadas por Moisés: 'Felicítenme, paisanos. Después de muchas negociaciones logré por fin que el Señor aceptara quitar de los Diez Mandamientos el sexto y el noveno'”. (Nota rigurosamente histórica. En tiempos de la Colonia un poeta popular de Oaxaca fue llevado ante la Inquisición por haber escrito esta cuarteta maliciosa: “Si no quitan el noveno, / y el sexto no lo rebajan, / ya podrá Diosito bueno / llenar su Cielo con paja”). La tía de Pepito tenía un prominente busto que se adelantaba como la proa de un navío. En el curso de una cena familiar el papá del chiquillo lo amonestó. Le dijo: “No me importa lo que tu tía ponga sobre la mesa. Tú no pongas los codos”. FIN.

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