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Capricho que no se cumplió

Eleven los empleados públicos de la capital un Te Deum, oración de gracias, por el incumplimiento del caudillo de la 4T.

"Ya no hay religión". Esa frase pronuncia, desolado, un cierto amigo mío cuando algo lo escandaliza. Se la oí decir con motivo de la exhibición del film francés "Las tentadoras"; luego por causa de la aparición de la minifalda, y de nueva cuenta ahora que el buen papa Francisco -bien haya- autorizó la bendición a las parejas gays. Si mi amigo lee el nefario cuento que viene al final de esta columna seguramente repetirá su exclamación. Y es que ese chascarrillo es en extremo sicalíptico, picante, pícaro, picoso, picaresco; rojo en México, en España verde y en los Estados Unidos de color azul, que ese tinte se atribuye en el país de Mae West y Lenny Bruce a los chistes atrevidos. Nadie que tenga la mínima dosis de pudor debería posar los ojos en esa vitanda historia que da la razón a mi amigo. De veras: Ya no hay religión. Quien por decencia no quiera leer el relato con que este artículo concluye pídale a alguien que se lo lea. Entre las muy pocas cosas buenas que AMLO ha hecho en su sexenio, el cual venturosamente está por terminar (en nuestro País no hay mal que dure más de seis años), se cuenta el no haber cumplido la promesa que hizo de descentralizar algunas secretarías de Estado llevándolas de la Ciudad de México a otras del interior de la República. El trastorno que eso hubiera causado a miles de funcionarios y empleados de Gobierno, y a sus familias, habría sido tal que los burócratas deberían hacer una peregrinación al templo de alguna de las llamadas Tres Comadres: La Virgen de Guadalupe, la de San Juan de los Lagos y la de Zapopan, a fin de darle gracias por el milagro de que el caprichoso mandatario no haya llevado adelante su inconsulto objetivo. Beneficios de muy escasa proporción se habrían obtenido con esa medida, y perjuicios e inconvenientes grandes habría provocado. La Ciudad de México es desde hace cinco siglos el centro cultural, educativo, financiero y político del País, y tratar de cambiar eso en lo relativo a la estructura administrativa federal es arriesgada empresa. López Obrador, pues, acertó al fallar. Eleven los empleados públicos de la capital un Te Deum, oración de gracias, por el incumplimiento del caudillo de la 4T. Viene ahora el chiste colorado que arriba se anunció. Personas pudibundas, suspendan en este mismo punto la lectura. Un cierto mexicano fue a vivir en los Estados Unidos, y después de algunos años de estar ahí consiguió al fin la ciudadanía americana. No pasó mucho tiempo sin que fuera llamado a filas. La Fuerza Aérea lo puso en un batallón de paracaidistas. Se atribuló el recluta, pues padecía acrofobia, esto es temor a las alturas, y además había oído hablar del accidente que en el argot del paracaidismo se llama Roman candle, consistente en que el paracaídas no se abre, y el desdichado que lo lleva se va al Cielo, siquiera sea de rebote. Después de un breve entrenamiento le llegó al mexicano el fatal día de hacer su primer salto. El sargento que comandaba al grupo de reclutas era un afroamericano, hombrón de más de dos metros de estatura y corpulencia tal que a su lado Arnold Schwarzenegger, Steve Reeves y Sylvester Stallone eran alfeñiques de 44 kilos. El paisano le contó después a un amigo la experiencia que aquel funesto día tuvo como paracaidista: "En el momento de lanzarme al vacío me acometió el pánico y me negué a saltar. El sargento me amenazó: 'Si no saltas te haré sufrir aquí mismo a destiny worst than death, un destino peor que la muerte'". "¡Qué barbaridad! -exclamó el amigo-. ¿Y saltaste?". "Sí -respondió, mohíno, el mexicano-. Unos 30 centímetros". FIN.

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