Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna México

Tres modelos de estrategia y comunicación política

Mucho ha comentado el círculo rojo las virtudes y flaquezas de la comunicación política coyuntural.

Mucho ha comentado el círculo rojo las virtudes y flaquezas de la comunicación política coyuntural. En Sonora, la reconversión de presas y los cambios de vía férrea provocaron inquietudes. En México, la candidatura de Samuel García y la vocería de Mariana Rodríguez generan ya zozobra ya entretenimiento en las juventudes, mientras Xóchitl Gálvez padece estancamiento y ausencia de horizonte convincente. En Argentina, el triunfo de Milei gatilló reproches en el peronismo. En todos los casos se ha sobredimensionado la táctica y menospreciado que detrás reina una estrategia que subordina cualquier mensaje a las definiciones macro. Contrastar tres modelos vigentes arroja luz a la penumbra.

Modelo transformador. AMLO lo practica a diario. Entiende que el reformismo o gradualismo socialdemócrata se agotó. Define los adversarios con claridad y construye identidades políticas a partir de contraste y pedagogía cotidiana. Toma como premisa que ganar la Presidencia o una gubernatura no equivale a monopolizar el poder. Interpela a otros actores económicos y mediáticos influyentes e incluye al Estado profundo (deep state) en las reformas hondas (transformaciones). Busca apropiarse de significantes -ver Laclau y la escuela de Essex- y evita comunicar palabras trilladas y lugares comunes, eludiendo el acartonamiento. Se forja en la batalla de ideas y crea vínculos afectivos con capacidad de trascendencia. Al elegir contrincantes, fija agendas y terrenos de juego, favorable a la coherencia del relato mayor. Galvaniza con solvencia y eleva el coeficiente político intergeneracional del gran público: Autodefensa imprescindible para choques futuros.

Modelo de antipolítica. Marca ahora mismo tendencia global e impulsa a la ultraderecha. Es eficaz cuando impera hartazgo por percepción de estancamiento y excesos del poder político, en particular por corrupción. Tiene capacidad de movilizar afectos como el repudio y la indignación, aunque también puede generar esperanza de una libertad “negativa” abstracta -que nadie interfiera en mis acciones, siguiendo a Isaiah Berlin- ceñida al individuo en detrimento del colectivo. Navega en el darwinismo social y el sálvese quien pueda, y pesca en el menosprecio a la justicia social. Junto al modelo transformador, elige la incorrección política rutinaria y sube al ring de la batalla cultural sin ambages. Milei es un caso elocuente, pero dista de ser el único. Intenta replicarse en México, aunque sin credibilidad pierde resonancia -por ejemplo, cuando Xóchitl Gálvez, de largo historial político, se autodenomina outsider- aunque toma mayor vigor desde las periferias del sistema partidista, al interior promesas como el adelgazamiento del Estado pueden movilizar a grupos de interés afines a programas económicos regresivos.

Modelo inercial o quedabién. Carece de una definición puntual de adversarios. Promueve la moderación y el consenso. Pretende alcanzar aceptación a partir del convencimiento frágil o la cooptación abierta. Diluye las fronteras conceptuales, creando campo fértil para el “todos son iguales”. Es interpretable como mera alternancia de élites y asociable a la vieja política del apoltronamiento, antesalas de corrupción sistémica. Abusa de la política como llana administración tecnocrática. Debe triunfos electorales a vientos favorables más amplios. Como fenómeno popular, suele arder como fuego fatuo. Ante el declive de simpatías, sobreestima a consultores políticos y despilfarra en publicidad gubernamental como preeminencia comunicativa, muchas veces estéril. Enfrenta dificultades para galvanizar a las bases y deposita fe ciega en operadores tras bambalinas. Al prolongar el statu quo, goza del espaldarazo de las élites económicas, deseosas de cambiar para que todo siga igual (gatopardismo). Favorece el arribismo y ascenso de actores sin espinazo, pero ambición vulgar desenvainada, mientras fomenta el agrupamiento de grupos de interés inconfesables. Cuando jubilan al líder, la dilución de identidades vuelve improbable la trascendencia del proyecto e invita a que sucesores de laxitud programática y moral rompan sin mayor pudor ni pena el horizonte que alguna vez entusiasmó.

La comunicación política importa, pero no pare milagros. Acaso sólo talla los insumos que dictan las alturas. Eso sí… en manos inexpertas, desnuda lo que el barniz maquilla.

En esta nota