‘Pancho, una última rola, porfa...’
El bar de la familia Villar González operó por 44 años en el sótano de un edificio en la esquina de las calles Costitución y Primera.

TIJUANA.- Los infrahumanos que habitan el útero de Tj vitorean al legendario, amado y hasta mentado Pancho, el dueño y cantinero de la barra del The knight of the night: Zacazonapan.

Para conocerlo, hay que entrar al “El paseo inmoral”, pasar por los tugurios de la Zona Norte, empinar el codo en la matriz de los trips densos junto a dos cholos que tiran dieciocho, un burócrata con camisa desfajada y su camarada aún con corbata puesta. Pero entrar entrar, es llegar a su útero nocturno y libertino. Entrar a Tijuana es entrar al bar Zacazonapan.

Solo dos zonas del lugar están alumbradas con luz cálida, anaranjada, la barra y los baños. Mientras, la rocola, “la mejor de Tijuana”, reproduce los guitarrazos de The Doors y rebota a Jim Morrison por las paredes. La neblina espesa cobija a los danzantes del infierno liberto. Entes en individualidad corean en medio de la pista “Love me two times” y los berridos de Jim sacan de su asiento a una mujer de 70 años, cabello cobrizo, peinado de salón, una blusa mexicana color rosa de alguna marca internacional y un bordado de flores sobre el cuello. La mujer tarda en agarrar el ritmo, sus caderas recuerdan cuando tenían 20 años. Su metamorfosis constó de un par de compases. La mujer baila en medio de la pista del Zacazonapan y la ilumina un halo que entra de las escaleras caracol.
“This is the end, beautiful friend”
Al útero de Tj lo extirparon el 6 de octubre de 2019. La barra de 44 años vendió la última cheve anoche. La histórica esquina de la Calle Primera y la Constitución, en la Zona Norte, sufrió un aborto clandestino. Le arrancaron un espacio cultural, bohemio e inmoral en contra de su voluntad. El bar donde Chavela Vargas y Sabines se echaron un churro y cantaron al son de la rocola, el open mic de Jhonnatan Curiel y su crew, la mal tripeada del Chamuco y Rafa Dro en donde vieron sentados en una mesa a dos payasos y dos placas compartiendo una caguama y un tabaco loco, como los que ocasionalmente acompañaban a Checo Brown en sus procesos creativos.

El pasaje de Dante
Caminas por la avenida revolución, pasas la calle Segunda, saludas a los sobrevivientes del bar Nelson, cruzas la plaza Santa Cecilia, toreas carros, llegas a la avenida Constitución, giras en la esquina. Ves a dos hombres, uno sentado en una periquera y otro de pie revisando el INE o el pasaporte de los que se sumergen en el sótano freak de Tijuana. El olor desde la esquina seduce, el olor a petate quemado y cigarro te advierte de lo que encontrarás en la infratijuas. Llegas a la entrada, ves en perspectiva la escalera caracol, los murales hippies. Te internas en la nocturnidad, aún si hubieras llegado a las 10:00 am. Las mesas son de cuatro asientos, hay que compartirlas, como el "tabaco". Vendedores de dulces, flores, artesanías, pulseritas y cigarros se dan gala toda la noche, pa´ el monchis. Vas a la barra de Pancho, pides una caguama. Te paras en medio de la pista, eres tú, con tu cheve en mano agitando la cabeza al beat de los mensajes del whatsapp de Cártel de Santa.

“The end”
¡Pancho! ¡Pancho! ¡Pancho! Chiflidos, golpes en las mesas, aullidos y gritos. Pancho agradece, los ojos, aunque lo niegue, se le humedecen, y mientras con un trapo limpia y recoge la barra. Los infrahumanos no querían irse sin despedirse del Pancho. Los despide a todos. Los asistentes se marcharon con recuerdos marcianos. La luz de la barra de apaga, para siempre. Sales por las escaleras caracol como si renacieras a las dos de la mañana.
“Pancho, una última rola porfa...”.

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