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Recién nacida

Ayer nació mi nieta Agnes Danielle, siendo la número cinco de mis descendientes. Llega cuando sus abuelos paternos andamos por los setenta, y sus abuelos maternos por los sesenta y tantos. 

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Ayer nació mi nieta Agnes Danielle, siendo la número cinco de mis descendientes. Llega cuando sus abuelos paternos andamos por los setenta, y sus abuelos maternos por los sesenta y tantos. Somos, ambas familias, pioneros de la sociedad tecatense. Llegamos nosotros, de Sinaloa mi esposa, y de Sonora yo. Nuestros consuegros son, él de Durango y ella de Nayarit. Hemos batallado para crear nuestras familias y tenemos una relación fuerte y muy cercana con nuestros hijos, y con los hijos ellos, o sea, nuestros nietos. Nosotros crecimos en una época feliz y de mucha actividad externa sin la supervisión de nuestros padres. Podíamos correr, jugar y convivir en un espacio amigable y de muchas actividades exteriores a nuestras casas. La radio y la televisión fueron nuestro más cercano acceso a la tecnología, pero para comunicarnos a larga distancia, teníamos el correo, el telégrafo y el teléfono. Pudimos disfrutar de las fiestas de cumpleaños en la casa de los festejados, y bailamos abrazados estrechamente, al compás del rock and roll y el twist, de las baladas románticas y las cumbias.

Nuestros hijos alcanzaron los últimos tiempos de la época de diversiones externas al hogar. Pudieron disfrutar de fiestas en salones privados con grupos musicales o con sonido estruendoso, en sitios cerrados. Nos tocó regañarlos por llegar tarde a casa, quitándoles privilegios por un tiempo corto como reprimenda. O sea, nada que fuera terriblemente insano. Pero a nuestros nietos les ha tocado una situación social sumamente peligrosa. Ellos no han podido disfrutar su adolescencia, ni su madurez, de manera segura y confiable. Han sido objeto de la inseguridad provocada por el crimen organizado, que los ha convertido en miembros o en consumidores de drogas, transformándolos en seres con adicciones graves y letales. Han sido objetos de secuestros, desapariciones, asesinatos tipo ejecuciones o otras linduras como estas, que nos tienen a los padres y abuelos consternados la mayor parte del tiempo.

Pero a la Agnes Danielle y a todos los niños contemporáneos de ella, les estamos ofreciendo un tiempo no solo difícil, sino deshumanizado. Los niños son utilizados como proveedores de órganos para trasplantes, como sujetos de servicios sexuales, como transportadores de drogas, como sirvientes, como trabajadores agrícolas y de otros servicios. Los han hecho integrantes del crimen organizado, y convertidos en gatilleros o burros transportando drogas. Por lo cual son codiciados y comprados para que efectúen estas tareas. Estas son solo algunas de las ingratas situaciones en las cuales se vendrán envueltos de manera forzosa, si tienen la mala suerte de ser víctimas de la violencia y la delincuencia que nos ahoga.

Agnes Danielle, sin embargo, debe estar tranquila de que tiene la seguridad de que sus padres la quieren y de que ellos, al respetarse y amarse, le están dando la certeza que todos los niños deberían tener. El panorama que se les presenta a los recién nacidos no es favorable. La contradicción entre la felicidad por tener un nuevo miembro de la familia, y la incertidumbre por la violencia y la delincuencia que padecemos, nos ofrece un futuro a corto, mediano y largos plazos, de muchos riesgos, de potenciales peligros y de una gran incapacidad social para modificarlo. No obstante, somos felices por tenerte aquí, y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que seas feliz y logres lo que te propongas. Vale.

* El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

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