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¿Qué sigue ahora? Dir. Ben Howling & Yolanda Ramke

A dos semanas de la desesperada advertencia de Hugo López Gatell, en que instaba al país a quedarse en casa, pareciera que nada ha cambiado, excepto las cifras de infectados y finados por Covid-19.

A dos semanas de la desesperada advertencia de Hugo López Gatell, en que instaba al país a quedarse en casa, pareciera que nada ha cambiado, excepto las cifras de infectados y finados por Covid-19. Cifras que además, siendo muy por debajo de lo reportado en los demás países afectados, no parecen tener ninguna correlación con lo que sucede en el resto del mundo.

Como consecuencia, la gran mayoría de mexicanos continúa viviendo su vida como en otro planeta, donde nada ha sucedido. Al salir a las calles podemos seguir viendo el mismo nivel de tránsito, sólo reducido en la medida afectada por la cancelación de clases en las escuelas.

A pesar de la constante insistencia del gobierno, una inexplicable cantidad de comercios y empresas, no indispensables, continúan abiertas. Desde auto lavados hasta gimnasios, y ni qué decir del comercio informal, que en realidad no tiene ninguna otra opción, si sus integrantes desean seguir alimentándose.

El grueso de la población continúa deambulando inconscientemente, desde los adolescentes que van por un refresco al Oxxo y los niños que corretean jugando por las calles de sus conjuntos habitacionales, hasta la masa de hombres que salieron despavoridos a realizar compras de pánico, de alcohol.

La ignorancia y desinformación en nuestro país es inmensa y al parecer insuperable. Al aprovechar mi día de compras para cargar también gasolina, me encontré con la despachadora sin protección, “¿No les dan cubre bocas?”, su despreocupada respuesta, “La verdad sí, pero se me olvidó”.

En el supermercado, un individuo, tosiendo constantemente en el área de verduras, se lamía los dedos para separar las bolsas de plástico, y con la misma infame garra, escogía sus víveres.

Construcciones por doquier continúan sus labores, los albañiles, sin cuidado alguno, se preguntan al ver a alguien portando una mascarilla - ¿A poco si es verdad?

Las experiencias descritas de primera mano, por trabajadores del sector salud, hablan de cifras muy por enciman de las oficiales y de un colapso que ya empieza a sentirse en las instituciones. Viendo la situación actual en varios países de primer mundo, que cuentan con sistemas de salud superiores en todo aspecto, la pregunta angustiosa en la mitad de la noche, ¿Qué nos espera?

En medio de las compras, la limpieza exhaustiva, el terror existencial y el intento de continuar con un semblante de vida normal en medio de la cuarentena, hice un espacio para ver en Netflix una película más de zombis.

Cargo, es una cinta australiana que aborda el ya tan trillado tema desde una
perspectiva menos sensacionalista.

En ningún momento vemos ataques de muertos vivientes violentos y sanguinarios, el problema es tratado más como el de una pandemia, los infectados son una cuestión de salud, con todo y los kits que incluyen los elementos necesarios (y las instrucciones) para lidiar con el contagio (básicamente el suicidio).

Andy (Martin Freeman) es un padre de familia que intenta mantener a su esposa e hija de meses a salvo a bordo de un barco, mientras busca sobrevivientes.

Aun en estas condiciones, con un mundo en ruinas y pocos seres humanos sanos afuera, la pareja se aferra a la ilusión de que algún día las cosas volverán a la normalidad.

Encontramos también en la cinta la constante temática Romeriana (de George Romero) que confirma que el verdadero monstruo es el ser humano y no los zombis (ellos son sólo un reflejo) y cómo la crisis divide a los individuos en dos grupos, los viles y los compasivos.

Tampoco falta la obligada reflexión por un personaje de piel oscura, en este caso un aborigen, “están envenenando la Tierra, si el territorio enferma nosotros también”.

Como la infinidad de películas de pandemias disponibles en Netflix, es inevitable ver el paralelismo con la situación actual. Preocupante sobremanera es la negación de la realidad que está afectando la curva de contagios en nuestro país y que innegablemente marcará la diferencia entre una crisis bajo control y una verdadera hecatombe.

La incómoda verdad es que muy probablemente las cosas no volverán a la normalidad en mucho tiempo. En el mejor de los casos, si todos permanecemos en casa el mayor tiempo posible y la curva se logra mantener plana (las cifras ya indican lo contrario), el mundo habrá cambiado irremediablemente cuando esto pase. Preparémonos y hagamos nuestra parte.

El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio

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