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Mentiras compulsivas

A un hombre que, desde el puesto de mayor responsabilidad en un país, hermoso, laborioso, esplendoroso como es México, es capaz de decir 102 mil mentiras en cuatro años, una o dos más en un día de crisis, no parecen preocuparle. Y es que le salen tan naturales que hasta él mismo es capaz de creerlas.

A un hombre que, desde el puesto de mayor responsabilidad en un país, hermoso, laborioso, esplendoroso como es México, es capaz de decir 102 mil mentiras en cuatro años, una o dos más en un día de crisis, no parecen preocuparle. Y es que le salen tan naturales que hasta él mismo es capaz de creerlas.

A ese mismo hombre que en su incontinencia diaria falta a uno de los principios que fue su baluarte y estandarte, y lo llevaron al poder, como es el no mentir, lanzar diariamente un promedio de 103 medias verdades y falsedades completas, parece resultarle tan común que hasta las festeja.

Ese hombre que es capaz de utilizar la pobreza y a sus 70 millones de pobres en ese país mágico para sus fines políticos y decirlo abiertamente, sin que se ruborice ni sienta pena alguna, no se le puede llamar estadista. Es un mitómano autócrata con una insaciable hambre de poder.

Por lo anterior, cuando el presidente López Obrador asegura y casi jura que el gobierno de México actuó con independencia y autonomía en la recaptura del hace tres años liberado, por él y nadie más que él, Ovidio Guzmán López, resulta sumamente difícil, si no es que imposible, de creer. Menos cuando dentro de tres días, nuestro país será anfitrión de los presidentes de Canadá y Estados Unidos, Justin Trudeau y Joe Biden, respectivamente.

Desde octubre del 2019, López Obrador traía arrastrando el pendiente, aún no aclarado, de la verdadera razón de haber liberado a uno de los hijos de Joaquín Guzmán, alias El Chapo. Su justificación, entonces, fue evitar un derramamiento de sangre. Pero el operativo del pasado jueves negro en Culiacán, organizado supuestamente desde seis meses atrás, no resultó tan limpio. Oficialmente cobró 29 vidas, según el reporte del Gobierno de México que presume se actuó con eficacia y respeto a los derechos humanos.

No hubo la capacidad para evitar una reacción o al menos mitigar sus consecuencias. El caos y el temor corrieron por las calles de las principales ciudades de Sinaloa y las del sur del vecino Sonora. Las redes sociales se inundaron de videos reales unos y apócrifos otros, que abonaron a la confusión y desinformación. Ocuparon, como ocurre siempre, ese vacío que la autoridad deja al intentar minimizar o, de plano, ocultar hechos que no le favorecen o afectan su imagen,

La percepción general es que Ovidio Guzmán es el tributo que López Obrador está entregando al gobierno norteamericano para satisfacer en parte las exigencias de Biden y responder así, a la necesidad del presidente norteamericano de demostrar que México está colaborando en la lucha contra los cárteles de las drogas y, sobre todo, en la destrucción de los canales de distribución del fentanilo en la Unión Americana, droga que el año pasado cobró 300 mil víctimas. Políticamente, a Biden le beneficia y López Obrador confía en que su contraparte norteamericana sabrá responder al obsequio. Por lo pronto, ya se confirmó que el Air Force One aterrizará la noche del domingo en el AIFA. Gran logro.

La gran duda que prevalece es el por qué no ha sido el propio presidente, tan amante de las candilejas, el que ha cacareado el huevo. Cierto que Ovidio no es precisamente un capo mayor, pero es un personaje reclamado por el gobierno norteamericano al considerarlo uno de los principales productores en México distribuidores del mortal fentanilo en la Unión Americana. Y eso, para la administración Biden, debe ser importante.

Hasta ahora el mérito, hay que reconocerlo también, se lo han llevado la Secretaría de la Defensa Nacional y se le han “colgado” la Secretaría de Seguridad Pública y la Fiscalía General de la República.

¿O será que, de verdad, como también se especula es que el gran pacto de impunidad del gobierno actual con el Cártel del Pacífico se ha roto? ¿Será que, una vez más, el presidente López ha mentido a los mexicanos y que su lema de honestidad valiente fue, solamente eso, un lema? En un arranque de sinceridad o en un exabrupto no medido, ya aceptó que su frase de “primero los pobres” era solo una estrategia política. ¿Será que su lema de honestidad, dirigido a las clases medias, que en algo abonaron a su abultado número de votos, también fue otra mentira de campaña? Los próximos días serán cruciales para encontrar algunas respuestas.

Porque ni siquiera es necesario que se responda desde el atril presidencial, escenario diario de monólogos verticales, amenazantes y plagados de mentiras. Hay silencios que gritan la verdad.

*El autor es periodista con 45 años de experiencia, licenciado en periodismo, asesor en comunicación y marketing político, consultor de medios.

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