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La cruda realidad de la 4T

El primer año de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador fue en realidad para saber qué se proponía hacer durante su gobierno. En cambio, el 2020 será para empezar a ver sus resultados. A partir de ahora, la gente, incluidos sus electores, van a empezar a exigir resultados más visibles y concretos, sobre todo en dos ámbitos de la realidad: el de la seguridad y el de la economía.

El primer año de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador fue en realidad para saber qué se proponía hacer durante su gobierno. En cambio, el 2020 será para empezar a ver sus resultados. A partir de ahora, la gente, incluidos sus electores, van a empezar a exigir resultados más visibles y concretos, sobre todo en dos ámbitos de la realidad: el de la seguridad y el de la economía.

Los dos han sido el talón de Aquiles de los gobiernos desde los años ochenta, y también lo serán sin duda alguna de López Obrador. Preocupa sobre todo su enfoque para enfrentar ambas problemáticas, porque hay demasiados elementos para pensar que en lugar de resolverlas, las estrategias de AMLO pueden agravarlas.

En seguridad AMLO ha dicho que lo que importa es combatir las causas, a las que identifica con la problemática social, especialmente en la falta de oportunidades para los jóvenes. La mayoría de las acciones se supeditan a este enfoque. Que no está mal, pero de ahí no se desprende una estrategia para combatir al crimen organizado, el robo en todas sus modalidades, la violencia en las calles y menos los homicidios dolosos, que han alcanzado una de las cifras más alta en su primer año de gobierno.

La estrategia de AMLO para “serenar” al país es una estrategia “pasiva”, usando la Guardia Nacional como elemento disuasivo, pero fundamentalmente pasivo, sin intervenir para enfrentar a las bandas delincuenciales, lo que en realidad va a generar otra forma de operación de la delincuencia, sin disminuir la violencia y sin que deje de ser un país lleno de muertos en los próximos años.

En cuanto a la economía, AMLO adoptó un modelo populista que tampoco va a resolver nada. Ante la perspectiva de cero crecimiento o muy cercano al uno por ciento para todo el sexenio, López Obrador va a extraer recursos de donde se pueda, aunque lo niegue, subiendo o creando impuestos para poder sostener los programas de apoyo a los sectores más pobres. La consigna es subir o cobrar impuestos para dotar de ingresos al gobierno, omitiendo los impactos inflacionarios que, paradójicamente, golpearán más a los pobres.

El enfoque es populista porque no está combatiendo las causas de la pobreza, sino simplemente aliviando de manera temporal la situación de los más necesitados. Pero también es populista porque en el fondo es un enfoque que sólo da rendimientos político-electorales.

El modelo o la visión de AMLO es muy simple: en un escenario de bajo crecimiento económico, con pocos incentivos para la inversión, con pérdidas de empleos, pero también en un contexto de violencia y aumento de homicidios dolosos en varios estados del país, él podría seguir manteniendo altos índices de aprobación y consenso político con sus programas de ayuda a los más pobres, garantizando la continuidad de Morena.

Si al lado de esta perspectiva el presidente mantiene un discurso duro e implacable contra los “conservadores” o los detractores que “se oponen a los cambios”, como lo ha hecho hasta ahora, no habrá mucho margen para que la oposición política prospere a corto plazo. No hay que olvidar que este frente es el más fuerte de López Obrador.

En el fondo, todo parece indicar hasta ahora, lo único que le interesa a AMLO es poder salvar su sexenio, que no haya una crisis cataclísmica de carácter económico o que la violencia desestabilice o desborde al país, o que surjan grupos opositores con mayor beligerancia que se opongan y rechacen su gobierno.

No hay nadie en el equipo de López Obrador, alguien cercano de sus amistades, que le diga que su enfoque es erróneo, que es justo sí, pero que no se puede alcanzar en seis años o a través de construir un discurso de choque que divide y enciende los ánimos políticos. Quitar el poder a las élites (políticas y económicas) para dárselo a los más pobres, por decirlo de esta manera, no es un proceso simple o una cuestión de voluntad.

Para llevar a cabo una transformación de fondo del país, hay que salir primero de una visión redentorista y populista, como la tiene AMLO, que puede ayudar más a los pobres pero también pavimenta el camino de regreso al autoritarismo y un conjunto de actitudes y tradiciones caudillistas que significaron un retroceso para nuestro país.

Tampoco puede haber un cambio si la 4T está llena de contradicciones e incongruencias como la que representa el gobierno de Jaime Bonilla en Baja California, personajes locales y nacionales cuyos antecedentes políticos no se caracterizan justamente por servir a los más pobres, sino más bien aprovecharse de ellos.

Es decir, en México y a nivel local no puede haber un cambio si los que gobiernan o los que integran Morena no representan en lo más mínimo el sentir de los más pobres o nunca en su vida han estado al lado de ellos. Amlo debería entenderlo antes de que esta contradicción le estalle en las manos.

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