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Fátima

Por el derecho a la libertad de expresión.

Por el derecho a la libertad de expresión.

Cuando me pongo a pensar en todo el proceso por el cual pasó Fátima, desde que fue abordada por la mujer que se la llevó de la escuela, el trayecto que recorrieron tomadas de las manos y platicando, hasta que llegaron a la casa en la cual cometieron el terrible asesinato de la niña, me pregunto de dónde tomó la mujer las agallas para llevar a cabo este rapto, sabiendo de antemano qué pasaría. Pienso, con dolor, que Fátima supo, en cuanto entró a la casa de los asesinos, que cosas muy malas le iban a pasar. Las vibras negativas que enviaba el sujeto mientras decidía cómo empezar el martirio, hicieron que la niña temblara y buscara algo o alguien que la protegiera. Con toda seguridad su capacidad intelectual y su estrecho mundo de niña, no le sirvieron de nada y comenzó a sufrir y a desesperarse. El estrés, la congoja y la falta de señales humanas la golpearon con vigor y presintió la maldad que se le venía encima.

Me duele Fátima, como me duelen los cientos y miles de niñas, de adolescentes, y todas las mujeres en general, que están siendo asesinadas con una crueldad y sevicia inconcebible. Me duele la forma como tratan de demostrar el nulo aprecio y falta de consideración que le tienen al género femenino. Los que fueron al principio casos aislados de mujeres asesinadas, se han ido convirtiendo en una poderosa tendencia hacia el feminicidio. En todos los casos y después que la persona ha sido raptada con violencia o sin ella, el martirio comienza. Los golpes, las vejaciones, la violación sexual, la tortura y el posterior asesinato le anteceden al desmembramiento de los cuerpos, y su ubicación en basureros o en sitios alejados de las viviendas. Con ello se le quiere recalcar a la sociedad que las mujeres no merecen ninguna consideración.

Si todo lo anterior es grave la situación empeora cuando las autoridades responsables de la seguridad ciudadana no responden como lo exigen las circunstancias y, por el contrario, minimizan los hechos. López Obrador no ha demostrado que le interese y preocupe el feminicidio. Las autoridades judiciales no tienen un protocolo definido para atender las desapariciones denunciadas diariamente en el país. Mientras que las familias con sus propios medios inician las pesquisas, los agentes de las diferentes corporaciones policíacas, no saben qué hacer. La realidad es que el Presidente de la República tiene abandonada a la mitad de la población del país: las mujeres.

Fátima representa la realidad social que vivimos. Su malvado asesinato marca un espacio cruel en nuestras vidas, ante el cual no tenemos respuestas ni acciones efectivas que prevengan otros sucesos del mismo talante en otros niños. Vamos a volver a sufrir nuevos casos porque existe una motivación maligna, que empuja a los individuos a superar las vejaciones con nuevos actos violentos. Mientras no localicemos el vínculo que nos motive y logre unirnos en defensa del género femenino, las cosas empeorarán. Cualquier mujer es una víctima en potencia. Ninguna está exenta. Los agresores están cercanos a ellas y ejercerán la violencia más tarde que nunca. Nada ni nadie las puede proteger. Todo es cuestión de tiempo. Las mías, las que yo amo, me duelen ya. Vale.

* El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos 
Internacionales por la UABC.

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