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Enrique Pérez Rul: El intelectual bajacaliforniano

Hace un siglo, allá por 1920 en adelante, los pensadores de la entidad no eran filósofos sino periodistas que reflexionaban en las páginas de los diarios de entonces sobre el destino del trabajo intelectual en la frontera norte de México.

Hace un siglo, allá por 1920 en adelante, los pensadores de la entidad no eran filósofos sino periodistas que reflexionaban en las páginas de los diarios de entonces sobre el destino del trabajo intelectual en la frontera norte de México. Estos maestros-periodistas-intelectuales no tenían inhibiciones a la hora de localizar los materiales que les ayudaran en su tarea educativa. Hay que recordar aquí que la década de los años veinte en Baja California es una época realmente estimulante y productiva para el periodismo en Mexicali, la capital del Distrito y más tarde del Territorio Norte de la Baja California. Estos son años de optimismo y representan una época de prosperidad y modernidad que, a partir del crack de la bolsa de valores de Nueva York en 1929, se verá interrumpida y, luego, se irá decantando hacia la incertidumbre económica y los movimientos ejidales de la década siguiente en la entidad. Bajo esta atmósfera, el maestro normalista busca vincular a Baja California con los problemas nacionales, trata de acercar la cultura nacional a los lectores fronterizos.

Recuérdese aquí que el Distrito Norte de la Baja California a la Revolución Mexicana no le permite actuar con presteza y hasta las últimas consecuencias soñadas por los más radicales. Y es que la presencia de las compañías extranjeras (en especial la Colorado River Land Company) es un valladar para los gobernantes revolucionarios que vienen del interior del país con órdenes de no tocar ni una hectárea de estos monopolios por causa de política superior. Al mismo tiempo, los maestros bajacalifornianos aún se comportan, en el siglo XX, como caballeros andantes, como santos en cruzada. Pero la cosa pública, de la que hablan, comentan o critican en la prensa, no se reduce a las campañas contra el vicio o las reseñas de corridas de toros, verbenas y festividades. El maestro es un guía comunitario, un personaje que enarbola las mejores causas colectivas. Un hombre que debe expresar públicamente lo que piensa de la situación reinante en la frontera norte mexicana porque tiene una noble misión por llevar a cabo: la de ensalzar la virtud y denostar el vicio, aunque este vicio sea una de las actividades que más prosperidad producen en esos tiempos.

Ya Enrique Pérez Rul (Clarín, 14-II-1922) con sus escritos lo deja muy claro al exponer su reflexión latinoamericanista –a la Enrique Rodó y José Vasconcelos– que la misión del maestro no queda circunscrita a la escuela en que labora, al salón de clases sino que debe llevar su misión a todos los medios a su alcance, en especial a la prensa, no sólo para informar de la situación educativa en Baja California, sino también para educar a la población, y así formar conciencias sólidas, arraigadas a la cultura mexicana, sin olvidar tanto el espíritu de lo latino como lo anglosajón, de lo mexicano y lo estadounidense. El papel que solicita para el maestro-periodista, para el periódico en sí, es el de ser un vehículo humanista, un instrumento de aprendizaje dentro de los lineamientos de la cultura nacional para conocer así “los asuntos educacionales y meramente artísticos, la difusión de las escuelas, el estudio de las condiciones en que se hallan nuestros obreros y nuestros labriegos, la necesidad de ir fundiendo el saber y de ir ilustrando la multitud no sólo sobre la importancia y valor de sus derechos, sino particularmente acerca de la trascendencia de sus deberes; la necesidad imperiosa de ir haciendo obra verdaderamente nacionalista en este apartado jirón de nuestra Patria, dando a conocer aquí los grandes hechos de quienes se sacrificaron por darnos la independencia y la autonomía, de quienes han esplendido en las grandes luchas por la conquista radiosa de la libertad, son asuntos que deberían merecer su atención y estudio.”

Para Pérez Rul, el ejercicio educativo y periodístico implica una responsabilidad social, un compromiso que está por encima de la lucha de facciones y partidos, y que se asume con decoro y dignidad, sin aspavientos ni mordacidades. Pero el maestro-periodista, como cualquier hijo de vecino, no es más que un ser humano que cuenta por azar o por necesidad, con una caja de resonancia de sus hallazgos y descubrimientos, en especial una persona que, como el maestro de escuela, enseña los tesoros de su entorno, es decir, las maravillas naturales, culturales e históricas de Baja California para mejor apreciar y defender la matria propia, el suelo en que se trabaja, la comunidad que compartimos.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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