Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Tijuana

Documentar nuestra realidad

La mayoría de nosotros conocemos el arte cinematográfico porque, desde niños, acudimos a las salas de cine para empaparnos de historias de ficción, para viajar, a través de las imágenes que veíamos en las pantallas, hacia historias que podían ocurrir en el pasado, en el presente o en el futuro.

La mayoría de nosotros conocemos el arte cinematográfico porque, desde niños, acudimos a las salas de cine para empaparnos de historias de ficción, para viajar, a través de las imágenes que veíamos en las pantallas, hacia historias que podían ocurrir en el pasado, en el presente o en el futuro. Podíamos ser el público que contemplaba una cinta de caballeros medievales, una película de espionaje o una que sucedía en una nave espacial. El cine era, ni más ni menos, que un relato maravilloso o terrible sobre los seres humanos con su inicio, nudo y desenlace. Algo para ver en familia y comiendo palomitas.

Pero el arte cinematográfico, desde que dio comienzo, también ha servido para capturar la realidad, para dejar testimonio de los acontecimientos que a su director o directora le interesaba compartir con nosotros. El cine documental es parte imprescindible del séptimo arte y, aunque pocas veces, aparece en los primeros lugares de popularidad, ha estado acompañándonos desde niños. Sí recuerdo, por ejemplo, una cinta de ficción como Easy rider, lo mismo puedo decir de Woodstock, el filme que documenta el famoso festival del mismo nombre.

En Baja California, el cine documental ha tenido un desarrollo considerable desde los tiempos de Jorge Esma y su película Calafia de 1973, pero el verdadero impulsor de este género cinematográfico no es otro que Sergio Ortiz, quien desde el Departamento audiovisual de la UABC hizo del cine documental su trabajo vital, su cátedra más perdurable. En una era de cambios acelerados y tecnologías que avanzan a velocidad vertiginosa, se necesita una actitud de adaptación constante para manejar los nuevos conceptos, para asumir las nuevas tendencias visuales de nuestro tiempo. Y en ese empeño es posible asegurar que la impronta visual (en lo temático tanto como en el estilo formal) del trabajo de Sergio Ortiz continúa marcando el paso en las nuevas rutas del video bajacaliforniano del siglo XXI.

Su labor pionera en el video documental de la realidad fronteriza abrió caminos y discursos para las nuevas generaciones de documentalistas bajacalifornianos (desde el pasado indígena hasta la música en la frontera, desde la migración como cultura hasta el estudio crítico de la explotación de nuestros recursos naturales), y lo mismo va para el video científico, de divulgación del conocimiento, donde Ortiz sigue siendo la figura principal desde que hiciera Palmas de Cantú en 1983, cortometraje al que seguirían Vestigios, Ruinas de la Antigua California y Feos y curiosos. En estos trabajos documentales está el punto de partida de numerosas producciones locales hechas en las últimas cuatro décadas.

Por todo ello, las lecciones de Sergio Ortiz perduran hasta nuestros días y se trasminan en los trabajos visuales que aun ahora se realizan, ya que las obras de sus alumnos muestran, en conjunto, el impacto profundo y benéfico de un maestro que siempre ha asumido el video en su doble vertiente: como un arte y una industria, es decir, como una pasión bien temperada basada en el sabio manejo de las imágenes en movimiento. Para Ortiz, la cámara es, antes que otra cosa, un instrumento expresivo que sirve como una ventana sin filtros para observar el mundo que nos rodea, para captar los claroscuros de la realidad, las luces y las sombras del tiempo que nos ha tocado vivir, de los universos que nos hemos permitido imaginar. El documental como un vehículo del conocimiento de nuestra propia realidad, como un vaso comunicante entre el orbe que vemos y el espectador que asume sus consecuencias. Miradas que multiplican su resonancia. Objetos y sujetos, procesos y paisajes, que ya son parte de nuestro imaginario colectivo, de nuestra conciencia en llamas.

De ahí que Baja California pueda verse hoy en día como uno de los polos de desarrollo del cine documental más importantes a nivel nacional. Y es que reconocer el camino que transitamos en lo visual no puede limitarse a ser una simple locación para los intereses de cineastas de otras partes del país o del mundo. Es importante tomar conciencia de nuestras apreciar a Baja California como creación colectiva que no puede quedar sólo en manos de quienes la filman desde una perspectiva foránea, sino que debe enriquecerse con las visiones propias de quienes viven en esta región del mundo y tienen muchas cosas que contarnos sobre nuestro entorno, sobre nuestra realidad. En ese contexto, el cine documental es obra a tomarse en cuenta, visión a difundirse y valorarse entre nosotros.

*El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

En esta nota