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De mitos y leyendas nuestras

En la literatura bajacaliforniana, pocas han sido las obras de ficción que se han impuesto la tarea de indagar en nuestros mitos y leyendas, de ofrecerlas al público en general.

En la literatura bajacaliforniana, pocas han sido las obras de ficción que se han impuesto la tarea de indagar en nuestros mitos y leyendas, de ofrecerlas al público en general. Uno de estos autores fue Víctor Manuel Peñalosa Beltrán, quien nació en 1909 en la ciudad de México y llegó a Baja California a mediados del siglo pasado, residiendo en el poblado de Tecate desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Fue profesor, literato y periodista, llegando a ser el primer cronista de Tecate. Fue miembro fundador de la Asociación de Escritores de Baja California e integrante del Seminario de Cultura Mexicana. En 1966 publicó su libro Ecos del Cuchumá, donde a través de formas de versificación popular recreó las leyendas y sucesos históricos de la comunidad tecatense, como una forma de darles a los residentes de esta ciudad relatos de identidad comunitaria. Don Víctor Manuel falleció en 1969. Gabriel Moreno Lozano, un poeta que trató a Peñalosa Beltrán en los últimos años de vida de éste, al prologar Ecos del Cuchumá escribió que el verso de nuestro poeta estaba hecho “sin rebuscamientos y sin ostentaciones; sin falsas envolturas que lo oculten ni palabras inútiles o huecas que lo desvirtúen” y que don Víctor Manuel era un “soñador empedernido” y “un polifacético escritor”, pues igualmente era “poeta, historiador, periodista y biógrafo”, un estudioso de su entorno y un cantor de su tierra de adopción. En su poema sobre la princesa Itztakat y el guerrero Cuchumá dio impulso a una visión de este cerro emblemático de la geografía tecatense como parte de una mitología inventada para atraer el interés de los niños y jóvenes en su propia región. Gracias a este poema, el cerro del Cuchumá fue visto no sólo como un punto de orientación sino como el centro de una leyenda donde convergía la cultura indígena ancestral con los nuevos habitantes del siglo XX. El paisaje serrano era ahora personaje central de la identidad de los tecatenses. Y lo mismo sucedió con otros autores de esta generación. Así, el desierto, en palabras de Rubén Vizcaíno, se convirtió en una sinfonía de “cirios, cactos/viento, soledad”, en un horizonte que es “confín lejano,/brillando como una llamarada”, donde la vida, antes que otra cosa, es brevedad, hoguera y aridez. Para Vizcaíno, quien anduviera vendiendo calendarios entre Hermosillo y Mexicali, el desierto conlleva a “una reflexión bíblica. Te imaginas la soledad de los profetas. Mexicali y Jerusalén están a la misma altura en el mapa. Algodones era un desierto absoluto, solo, sin siquiera un pájaro. La más pequeña pregunta se volvía una pregunta cósmica: ¿lloverá?” Como se ve, el paisaje bajacaliforniano, ya sea como sinónimo de leyenda amorosa o como infierno a vencer, siempre ha estado presente en la literatura regional. Julio Armando Ramírez Estrada fue un poeta nacido en Guadalajara, Jalisco, en 1921 y muerto en 1971 en Tijuana, urbe en la que residía desde 1952. Su poesía es, como la describiera el propio Vizcaíno, “de claro acento religioso”, ya que sus estudios superiores fueron en seminarios de Tlalpan y Guadalajara, sin que llegara a ordenarse sacerdote. En 1969 publicó Los días y las noches del paraíso. Andrés del Villar, escritor español, dijo que nuestro poeta era “de hondura mística y erótica” y que su libro “es una serie de vívidos y hermosos cantos de emoción y vigor”. En cierta manera, Julio Armando Ramírez fue un poeta cercano, en su visión del mundo, al profesor Rubén Vizcaíno y su movimiento de la Californidad, pero menos apasionado a sus loas y críticas sobre la vida fronteriza. En sus poemas, la lucha bíblica entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el cielo y el infierno, se vuelven aliento humano, salvación espiritual, redención colectiva. Al leerlo uno advierte la influencia lopezvelardiana, su acentuado ajetreo febril con el lenguaje: “¡Qué extraña sensación/ conocer a las flores/por sus nombres/por aquel con que fueron bautizadas!/y del ave letrada/que conoce el calvario/conocer su enigmático/melodioso y ritual abecedario…/¡Qué sabia sensación/del que sabe robar toda la miel/y conserva el dulzor/hasta la muerte!” En ambos poetas, en Víctor Manuel Peñalosa Beltrán y en Julio Armando Ramírez Estrada, la naturaleza habla por sus versos, la vida cotidiana y la historia regional se hacen materia privilegiada para contar mitos y leyendas de Baja California. Mitos propios, desde luego. Leyendas nuestras, por supuesto. *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua

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