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Campañas y violencia política

Desde que Andrés Manuel López Obrador se hace cargo de la presidencia inauguró prácticamente una campaña político electoral desde esa instancia de poder.

Desde que Andrés Manuel López Obrador se hace cargo de la presidencia inauguró prácticamente una campaña político electoral desde esa instancia de poder. Sin embargo, el ejemplo más claro es que faltando dos años para que concluya su periodo, lanzó al ruedo a sus candidatos principales. Esto significa que desde principios de julio, con el destape de sus corcholatas, el país está envuelto en una sui generis agitación política.

Desde entonces, todo el país gira alrededor del trabajo proselitista de las corcholatas. Todo mundo: partidos y actores políticos, medios de comunicación, gobiernos desde la presidencia hacia abajo, líderes empresariales, dirigentes políticos, analistas y grupos de la sociedad civil, entre muchos otros.

La campaña lo consume todo. Aunque no sea una campaña formal de acuerdo con las reglas institucionales. Es decir, todavía falta la campaña reglamentada, la que precede a la votación del primer domingo de junio, la cual se llevará seis meses más.

¿Qué implicaciones tiene una situación en la que todo gira alrededor de una campaña político electoral por tanto tiempo? Una muy importante: que el gobierno deja de gobernar. No se puede gobernar en medio de una agitación casi permanente y, sobre todo, donde el gobierno es el actor principal, como es el caso del gobierno de López Obrador.

Pareciera que el gobierno ha creado esta situación justamente para escapar de sus responsabilidades y para justificar la falta de resultados o la insuficiencia de ellos. Este ha sido el sello característico del gobierno de AMLO: simular que es un gobierno que está bajo ataque de sus enemigos, los cuales aprovechan cualquier resquicio para arrebatarle el poder.

Sin embargo, la agitación permanente provocada por el mismo gobierno también tiene el propósito de mantener activos a sus simpatizantes, defendiendo al gobierno y peleando contra sus enemigos. Esto se aprecia en todos los niveles y en todas las conversaciones cotidianas, atravesadas por el desacuerdo, la rabia y el odio. Hoy ninguna conversación está exenta de la confrontación, la agresión y el insulto.

Es una tónica impuesta por AMLO en todo el país. La división entre blanco y negro, entre buenos y malos, entre fifís y chairos, entre conservadores y no conservadores, o entre ricos y pobres.

Impera el fanatismo en todas partes, la descalificación, el linchamiento verbal, gente que te manda al fusilamiento y al basureLa de la historia, gente que reprueba no sólo tus ideas y tu forma de pensamientos sino tu misma existencia. Nunca se había visto esta situación en México. Una violencia instalada en el seno de la sociedad.

Con AMLO se desató esta nueva situación. López Obrador no usa al ejército para reprimir a sus enemigos, como antes. Usa el odio y el linchamiento simbólico. ¿Por qué? Porque así es más fácil gobernar y mantener el control del país. Que unos se peleen con otros, en la calle, en el trabajo, en la familia, en todas partes.

Si la oposición propone a una candidata con cierto arraigo, destrúyela, denígrala, miente sobre ella antes de que pueda avanzar, que es lo que ha hecho con Xóchitl Gálvez. El ascenso de Xóchitl se debe, principalmente, a que ha tenido que defenderse de los ataques violentos que surgen desde la presidencia. Su campaña ni siquiera ha empezado.

En otro momento del país, a todo esto se le hubiera ya caracterizado como un proceso de violencia política, no sólo de género. Una violencia ejercida por y desde el gobierno, un gobierno autoritario e intolerante. Pero hoy no se ve así. Por muchas razones, pero la principal es porque tenemos una oposición de cortas miras, una oposición que tiene encima el peso del pasado.

Hoy el país está inmerso en una profunda violencia política y no política. Bajo el disfraz de representar “el cambio” o la transformación, AMLO ha adoptado las formas más violentas de hacer política y defender su presidencia. Su arma es el fomento de la intolerancia y la denigración de los adversarios, así como esparcir el odio entre bandos diferentes.

La violencia criminal es la otra cara de este proceso. Una delincuencia que avanza ante la “condescendencia” del gobierno y de las mismas fuerzas armadas. El país está envuelto en llamas: sus caminos, sus poblados, las grandes ciudades. Se siente el caos y la falta de autoridad en todo el país. Los ciudadanos están en una absoluta indefensión.

AMLO se burla todas las mañanas del respeto a la Ley, de sus adversarios, de los periodistas y los medios de comunicación, de la ignorancia de los conservadores y, desde ahí, atiza el odio. Proclama, entre líneas, que nadie le podrá arrebatar la presidencia mientras esté él.

En México no hay una disputa entre proyectos distintos; lo que hay es un ejercicio violento del poder, disfrazado de cambio y de transformación.

*- El autor es analista político.

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