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Cada Quien sus Muertos

Cada quien tiene a sus muertos, a mí me gusta tener a los míos lo más vivos posible, he encontrado que su recuerdo acaricia mi corazón y que la melancolía por su ausencia es necesaria... 

Cada quien tiene a sus muertos, a mí me gusta tener a los míos lo más vivos posible, he encontrado que su recuerdo acaricia mi corazón y que la melancolía por su ausencia es necesaria, por ello hay algunos a los que les recuerdo más que a otros; ni hablar hasta en la muerte tiene uno sus querencias.

Cuando David Felipe, poeta, maestro y amigo se fue la madrugada de un domingo poco después de cumplir 42 años aprendí lo que es llorar una pérdida brindando con tequila y cantando hondo, hoy, muchos años después sonrío al pensar que algún día volveremos a recitar, junto con mi madre y Marco Antonio Valdez, las coplas más hermosas para con un buen trago volver a brindar.

La muerte de mi abuela Natalia me hizo entender lo que es morir con dignidad y el significado de lo que es el verdadero amor, al ver a mi hermano Jorge, su niño, 30 años después reagrupar sus restos y acariciarlos como el tesoro más grande y preciado de este mundo al momento de su inhumación.

Un 29 de diciembre por la mañana mi hermana Zarina vio caminar a papá de la mano de Monseñor Guízar y Valencia sobre la acera de la calle Lerdo, justo afuera del Seguro Social, sólo para darse cuenta que eso era posible a manera de despedida, al llegar al piso de terapia intensiva, mamá les diría que papá se había ido apenas unos minutos antes.

La muerte de Pancho Méndez, hermano por elección, me escupió en la cara que a los cuarenta años cumplidos los iguales pueden morirse al igual que uno, él se fue dejándonos no sólo en la orfandad de su compañía, sino presas del puto cáncer cabrón, ese, que no perdona edad, sexo o condición; tal y como lo vivió Mariana, quien luchó como nadie más robándole a la enfermedad muchos días para compartir su sonrisa con Jorge, su compañero de lucha y de vida.

La muerte del tío Gustavo fue cruel, cobarde e innecesaria, fue producto de la estúpida violencia que mata lentamente a nuestro país, pobre nuestro México, se muere diaria y lentamente; tanto que ya es costumbre que mucha gente buena muera y nada hagamos al respecto.

La muerte de Emiliano mi niño, me sorprendió dormido, pinche muerte cobarde, llegó cuando no pude más y en esos cinco minutos poco le importó que él estuviera en mis brazos, me lo arrebató de la forma más cobarde posible, sin hacer ruido y dejándole en su rostro la sonrisa más grande posible, no se vale, por eso la odio, por traicionera y mala cara.

Cuando la muerte llega a la puerta y nos arrebata a un ser querido nos duele de muchas maneras; hay de muertes a muertes, siempre será una muerte mucho más dolorosa esa que llega de una forma tan traicionera llevándose a nuestra gente cuando nadie lo esperaba, por ello la muerte nos deja en muchos momentos un sentimiento total de orfandad. Compadezco al último de mis hermanos que tendrá que enterrar a ocho, malhaya el día que eso suceda, yo, yo espero entonces ser el muerto más vivo de los míos, el de mis amigos más cercanos, el de Isabella, Francisco y Alejandra; cada quien sus muertos.

*El autor es empresario, ex dirigente de la Coparmex Mexicali.

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