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Baja California: educación y economía

La historia de Baja California ha sido una travesía acelerada, un viaje de apenas poco más de un centenar de años donde se han quemado etapas que en otras partes del país les han tomado realizar la mitad de un milenio.

La historia de Baja California ha sido una travesía acelerada, un viaje de apenas poco más de un centenar de años donde se han quemado etapas que en otras partes del país les han tomado realizar la mitad de un milenio. La razón está a la vista: al ser frontera con los Estados Unidos, con el estado de California, la dinámica social y económica ha ido al paso veloz de los vecinos del norte. El descubrimiento de oro en Real del Castillo, a principios de la década de los años setenta del siglo XIX, da paso a una época de auge minero en la parte norte peninsular que se extiende hasta principios del siglo XX.

Pero, parafraseando a Carlos Fuentes, si las compañías extranjeras, con los auspicios del porfiriato, se llevan el oro bajacaliforniano, una consecuencia de esta actividad explotadora es que Real del Castillo crece lo suficiente como para que sus habitantes puedan pagar por la educación de sus hijos, contratar maestros y construir escuela, traer el oro del conocimiento a su propia comunidad. Desde entonces, la actividad económica y la actividad educativa se hacen inseparables en esta región del país, se apoyan entre sí para beneficio de la sociedad bajacaliforniana y para beneplácito de sus pobladores.

Dos clases de oro encuentran aquí su punto de unión, su fiesta en público, entre las poblaciones nacientes que, desde finales del siglo XIX y hasta principios del siglo XX, se van fundando a lo largo de la línea internacional, tales como Tijuana, Tecate, Mexicali y Los Algodones. Pronto las primeras escuelas se establecen. Pronto el ser maestro normalista se vuelve un apostolado social, una actividad central para la vida ciudadana de sus respectivas comunidades. El profesor es figura pública a tomarse en cuenta. De entonces a la fecha, los mentores surgen y trabajan en pro del bien común, como Manuel Clemente Rojo, Eliseo Schieroni, Mercedes Carrillo, Amelia Uribe, Matías Gómez, Josefina Rendón, Manuel Quiroz Martínez, Luis Vargas Piñera, Manuel Covantes, Melesio Rosales, Carmen Moreno, Antonio Puente Ortiz, Georgina Álvarez, José G. Valenzuela, Francisco Dueñas, Rubén Vizcaíno Valencia, Soledad Ponce de León, Valdemar Jiménez Solís, María Luisa Bargalló, Julio Rodríguez Barajas, Santos Silva Cota, Jesús Ruiz Barraza y tantos otros. Y las nuevas escuelas (Corregidora, Progreso, Miguel F. Martínez, Álvaro Obregón, Cuauhtémoc, Netzahualcóyotl, Benito Juárez, Leona Vicario) se van levantando como oasis del saber, como rutas para progresar entre las nuevas generaciones de bajacalifornianos que a ellas asisten.

Hacia 1943, después de los años desenfrenados de la ley seca y la industria del vicio, Baja California despega económicamente gracias al mercado de la guerra mundial. José Revueltas declara que la impresión general en Mexicali es que se vive un periodo de ruda bonanza gracias a la zona libre y al cultivo del algodón: “cuando llega la cosecha, el centro de la ciudad –la avenida Madero, que es donde se encuentran los bancos- se llena de una multitud abigarrada, satisfecha, alegre. Colonos, ejidatarios, braceros, todos ocurren a depositar dinero a los bancos y en sus gestos, en su actitud plena, se advierte, quién sabe por qué, un aire empeñoso, de conquistadores, tal vez un ligero tono de aturdimiento y de sorpresa”, por la riqueza que fluye por todas partes. Pero veinte años después, con el problema de la salinidad y las restricciones a la zona libre, la economía bajacaliforniana se tambalea.

Es entonces que el gobierno federal, ante la queja permanente de los empresarios de la entidad, crea el Programa de Industrialización fronteriza, que tuvo como objetivo vincular el desarrollo económico de la frontera con el resto del país, fomentar el turismo extranjero, mantener con vigencia la zona libre y apoyar el establecimiento de empresas maquiladoras. A partir de 1966, con el establecimiento de una zona de 20 kilómetros a lo largo de toda la frontera, una zona libre de impuestos en la que se pudieran introducir, sin requerimientos de ningún tipo, los distintos componentes de productos que obreros mexicanos ensamblarían y devolverían a los Estados Unidos, como artículos ya terminados. Pero las nuevas tecnologías requerían nuevos conocimientos, nuevos profesionistas, para crear este nuevo motor de crecimiento económico. De nuevo la educación era el cimiento de la prosperidad de nuestra entidad, la vía a seguir. Y esa unión, con todos sus problemas y conflictos no resueltos, llega hasta nuestros días.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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