Aplausos obligados
He asistido —y también organizado— demasiados eventos donde el salón parece lleno, pero está vacío, vacío de propósito, de emoción y de verdad.

He asistido —y también organizado— demasiados eventos donde el salón parece lleno, pero está vacío, vacío de propósito, de emoción y de verdad. Son auditorios ocupados por público de relleno: estudiantes llevados a la fuerza, empleados obligados, amigos de los organizadores y asistentes improvisados que sólo están ahí para que la foto de prensa no duela. Lo digo sin rodeos: yo también he participado en esa simulación. Y no está bien.
Es una mala práctica normalizada, un maquillaje mediocre para ocultar fallas profundas: falta de estrategia, ausencia de comunicación inteligente y un miedo brutal al ridículo de ver sillas vacías. Llenar por cumplir es la forma más sutil de corrupción en los eventos: aparentar impacto cuando en realidad lo único que hicimos fue secuestrar tiempo ajeno.
Al público no se conquista con comunicados ni con puntos extra, se gana con propósito, con contenido que valga la pena, con historias que conectan. Ejemplos como TEDx o FuckUp Nights lo dejan claro: cuando hay verdad, la gente llega sola, no porque alguien la obligue, sino porque hay un mensaje que vale la pena escuchar. ¿Por qué ellos sí pueden y muchos otros no? Porque respetan a su audiencia, porque diseñan desde la realidad, no desde el ego. Empresas, partidos políticos, sindicatos, iglesias, universidades y oraganismos empresariales, todos estamos metidos en la misma industria: la de la simulación.
Mientras tanto, muchos seguimos operando desde arriba: desde la cúpula, la directiva o la oficina principal y a puerta cerrada. Tomamos decisiones pensando que entendemos a la gente, cuando lo único que entendemos son nuestros propios supuestos. Diseñamos eventos para cumplir requisitos, no para generar significado. Es arrogancia disfrazada de eficiencia.
Organizar sin escuchar es faltar al respeto, es asumir que la audiencia existe para validarnos, no para dialogar con nosotros. Lo más urgente no es hacer más eventos, sino aprender a escuchar de verdad: qué temas les importan, qué formatos les gustan, qué conversaciones necesitan y qué dudas se responden. Involucrarlos desde el diseño, no sólo al final cuando necesitamos que llenen un asiento. La comunidad se construye con participación real, no con llenar salas de conferencias a la fuerza.
El futuro de los eventos no depende de cuántas sillas se ocupan, sino de cuántas conciencias se despiertan. Y para eso hay que hacer algo que incomoda: dejar de actuar como si desde “arriba” lo supiéramos todo. Si no escuchamos al público, si no lo incluimos desde el primer minuto, si no respetamos su tiempo, su inteligencia y su libertad, entonces no somos organizadores: somos vendedores de humo.
Un evento sin verdad es propaganda… y la propaganda, aunque llene auditorios, no mueve almas.
- *- El autor es Director de Testa Marketing, investigación de mercados.
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