Taninos inflados
Llegó diciembre, temporada de posadas, mesas decoradas y el fenómeno anual que nadie admite pero todos hemos visto.

Llegó diciembre, temporada de posadas, mesas decoradas y el fenómeno anual que nadie admite pero todos hemos visto: gente que habla de vino como si hubiera pasado el verano vendimiando en Burdeos. De pronto todos tienen “nariz”, todos distinguen “taninos redondos” y hasta el primo del amigo que saca su glosario para impresionar. Es la magia de las fiestas.
El problema no es que la gente quiera hablar de vino. Al contrario. Qué bueno que el vino llegue a las posadas, a los intercambios, a las cenas. Lo que preocupa es ese tono de solemnidad artificial que se cuela en la conversación y que termina haciendo sentir fuera de lugar a quienes solo quieren compartir una copa sin sentir que están en un examen.
Y aquí es donde vale la pena recordar algo importante: detrás del vino hay cultura, historia, arte, familias, campo, tradición. Eso merece reverencia, sí. Pero el respeto no exige que nos volvamos personajes de caricatura con léxico de sommelier. El vino no necesita bufones con aires de nuevo rico; necesita curiosos que quieran disfrutar de todo y sin miedo.
Por suerte, la verdadera revolución del vino se está dando lejos de los manteles largos y en proyectos que acercan el vino al terreno donde siempre debe vivir: la mesa con gente real. Una propuesta puede los videos de Maridaje Callejero, donde un Chardonnay se atreve con unos esquites, donde un espumoso rosado aparece junto a taco “al pastor”, y donde un Sauvignon Blanc hace amistad con una tostada de ceviche en plena banqueta. Ese es el espíritu que las fiestas de temporada debería abrazar: el vino sin disfraz, sin pretensión, sin permiso.
El vino siempre fue una bebida para acompañar a las personas, no para presumirse frente a ellas. Y si alguien quiere aprender más —excelente— que lo haga desde la curiosidad, no desde la competencia. Afortunadamente hay proyectos de apreciación del vino que funcionan como retos para conocer mejor la bebida sin usarla como arma para humillar al que apenas empieza.
Lo que sí debemos admitir, aunque duela, es que todos alguna vez hemos caído en la trampa del elitismo. Organizadores, sommeliers, escuelas, grupos de cata, comunicadores. A veces hablamos de más, complicamos de más, y sin querer terminamos alejando a la gente. Diciembre es un buen mes para corregir.
Así que en esta temporada, antes de soltar la frase técnica, preguntemos algo más sencillo: “¿Te gustó?”. Esa es la puerta que abre conversación, no la que la cierra.
Si el vino va a estar en las posadas —y ojalá lo esté— más vale que llegue como invitado, no como juez. Al final, el vino no necesita defensores de ego ni guardianes del diccionario aromático, necesita mesas llenas, conversaciones sinceras y gente que lo beba sin miedo ni pose.
Si en esta temporada seguimos premiando el snobismo, solo estaremos vaciando la copa más importante: la de la comunidad. Y si no somos capaces de devolverle ese espíritu, no serán los vinos los que pierdan… seremos nosotros, que confundimos taninos con estatus y olvidamos que el verdadero brindis siempre ha sido entre personas, no entre apariencias.
- *- El autor es Director de Testa Marketing, investigación de mercados.
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