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Ya vienen los piñones

El Norte de Sierra de Juárez es un lugar salpicado de pinos piñoneros de dos especies, una tiene sus hojas o agujas solitarias, de una en una; la otra las tiene en racimos de cuatro y crecen arriba de los 1000 metros sobre el nivel del mar.

El Norte de Sierra de Juárez es un lugar salpicado de pinos piñoneros de dos especies, una tiene sus hojas o agujas solitarias, de una en una; la otra las tiene en racimos de cuatro y crecen arriba de los 1000 metros sobre el nivel del mar. Su presencia ha mantenido viva la tradición kumiai de recolectar, tatemar y comer piñones. El piñón es el fruto de estos pinos y madura durante el verano serrano. En su forma natural, el cono o “piña” se abre sola y deja caer sus frutos al suelo, donde es un rico alimento en grasa vegetal para muchas especies, como ardillas y chichimocos.

También para una especie de pájaro azul que los rumorocenses llaman “pájaro piñonero”. Pero un fruto con tales cualidades nutricionales y de buen sabor también es codiciado por los seres humanos.


Todo el piñón que se consume en la sierra y que se vende en La Rumorosa, es recolectado a mano, es decir, no hay sembradíos de piñón ni máquinas que lo extraigan del cono y lo empaquen. Para comer un piñón, hay que bajar del árbol la piña. Si se deja a madurar y abrir naturalmente, los animales no dejan nada al humano. Pero si se la ganamos al cortarla antes de abrirse la aseguramos. Para ello se utilizan unas varas con un gancho en la punta, que permiten alcanzar la piña desde el suelo. También se puede subir al piñonero y cortarlas a mano.


Unos cortan y otros recogen y embolsan. El problema es que estos árboles están cubiertos con trementina, o resina del pino, que es muy pegajosa y difícil de quitar de las manos, cabello y de la ropa. Recuerdo que a nosotros, los niños y adolescentes que participábamos en la colecta, nos tenían que lavar manos, brazos, cabello y a veces hasta la cara, con gasolina blanca de la que quemaba nuestra lámpara. El jabón y el agua no la quitaba de la piel, cabeza y vestido. Pero inmediatamente después de lavarnos con tal combustible, mi madre nos lavaba otra vez con agua y jabón y nos untaba crema, para evitar una resequedad excesiva en la piel. Ignoro como se aseaban los “piñoneros”, hombre y mujeres dedicados a la pisca del piñón.


Luego seguía la tatema para extraer los piñones. Entonces juntábamos leña y hacíamos una fogata por la tarde-noche. Asando piñas platicábamos las experiencias del día, las peripecias y hasta los accidentes sufridos en el corte de los conos, sobre todo aquellos obtenidos desde grandes alturas. Una vez asada la piña, la apartábamos de la lumbre para que se enfriara. Más tarde, o al día siguiente, seguía la tarea de extraer los piñones y almacenarlos, ya fuese para consumo inmediato, posterior o para regalo a nuestros visitantes. El fuerte olor de la trementina me permite evocar el recuerdo de estas incursiones en el mundo natural, interactuar con él, y vivir experiencias únicas. Fragmento de mi nuevo libro “Memorias de La Rumorosa”.


*- El autor es investigador ambiental 
independiente.

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