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Tu cerebro podría contener una cucharada de microplásticos, según estudio

Hay un fenómeno inquietante: las diminutas partículas plásticas que contaminan los alimentos ultraprocesados podrían estar acumulándose en el cerebro humano

Tu cerebro podría contener una cucharada de microplásticos, según estudio

Una serie de investigaciones publicadas en la revista Brain Medicine advierte sobre un fenómeno inquietante: las diminutas partículas plásticas que contaminan los alimentos ultraprocesados podrían estar acumulándose en el cerebro humano y contribuyendo al aumento de enfermedades mentales como la depresión, la ansiedad y la demencia.

Cuatro artículos científicos, que protagonizan la última edición de la revista, ofrecen una panorámica amplia sobre los efectos neurológicos de los microplásticos —fragmentos menores a 5 mm que se generan al degradarse productos plásticos— y apuntan a una relación preocupante con el estado de la salud mental global.

La portada de Brain Medicine ilustra esta problemática con una imagen simbólica: un cerebro humano salpicado por pequeñas partículas de plástico, acompañado por una cuchara descartable. Según los autores, esta visualización no es metafórica: estiman que nuestros cerebros podrían contener el equivalente a una cucharadita de microplásticos.

¿Comer plástico afecta la mente?

Los primeros dos artículos, firmados por investigadores de universidades en Canadá, EE.UU. y Australia, exponen una nueva hipótesis: el consumo de alimentos ultraprocesados —ricos en microplásticos— podría estar alterando funciones cerebrales clave a través de mecanismos biológicos como la inflamación crónica, el estrés oxidativo y la disfunción mitocondrial.

“Ya sabemos que los ultraprocesados dominan la dieta en países como Estados Unidos, donde superan el 50% del consumo calórico”, explica Nicholas Fabiano, uno de los autores. “Pero ahora descubrimos que estos productos contienen niveles mucho más altos de microplásticos que los alimentos naturales. Y lo más alarmante: estas partículas están penetrando la barrera hematoencefálica”.

Un ejemplo que citan los estudios: un nugget de pollo contiene hasta 30 veces más microplásticos por gramo que una pechuga sin procesar. Esta diferencia, aparentemente invisible, podría tener consecuencias neuronales de gran alcance.

Una revisión reciente en The BMJ respalda esta correlación: los consumidores frecuentes de alimentos ultraprocesados tienen entre un 22% y un 48% más riesgo de sufrir trastornos mentales y del sueño.

El cerebro como depósito plástico

La tercera publicación presenta datos más directos: análisis cerebrales revelaron que personas con diagnóstico de demencia mostraban hasta cinco veces más concentración de microplásticos que quienes no presentaban deterioro cognitivo. El hallazgo fue descrito en Nature Medicine, subrayando la magnitud del problema.

Wolfgang Marx, otro de los autores, destaca: “La hipótesis es poderosa porque conecta variables que antes parecían independientes: la dieta industrializada, la exposición a contaminantes invisibles y los trastornos mentales”.

¿Cómo eliminar lo invisible?

Ante la imposibilidad de revertir completamente la exposición a plásticos en el entorno moderno, otro estudio explora una vía de mitigación médica: la aféresis terapéutica, un procedimiento que filtra la sangre fuera del cuerpo para eliminar sustancias tóxicas, indica EFE. Aunque todavía en fase experimental, se sugiere como una herramienta prometedora para reducir la carga de microplásticos en el organismo.

“Necesitamos avanzar en dos frentes: disminuir el consumo de productos contaminados y buscar formas eficaces de purgar el cuerpo humano de estas partículas”, afirma Stefan Bornstein, investigador en la Universidad de Dresde.

Un cambio de paradigma

Cierra el número un editorial titulado “La calamidad de una cuchara de plástico en tu cerebro”, firmado por la psiquiatra Ma-Li Wong. En su texto, propone que esta evidencia no debe verse como una simple advertencia, sino como un llamado urgente a redefinir nuestra relación con el entorno artificial.

“No estamos ante una predicción, sino ante una constatación: la frontera entre lo que ingerimos y lo que somos se ha roto”, escribe Wong. “Si el plástico ya está en nuestros cerebros, ¿qué otro límite hemos cruzado sin saberlo?”.

Conclusión: somos lo que comemos… y respiramos

Los autores coinciden en que, aunque todavía se requiere más investigación para establecer causalidad directa, los indicios actuales justifican actuar con cautela. Reducir el consumo de productos ultraprocesados y adoptar políticas para limitar la presencia de microplásticos en alimentos y envases se vuelve, cada vez más, una cuestión de salud pública.

“Los patrones son inquietantes”, concluye Fabiano. “Comemos plástico, y ese plástico podría estar modelando nuestra mente”.

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