José Martínez Colín

Cuántas veces defendemos nuestros intereses, olvidando que la lógica del Evangelio es dar, pues sólo el amor que se vuelve gratuito puede devolver la confianza incluso allí donde todo parece perdido.

Se dice que la esperanza es lo que hace que sigas respirando, incluso cuando la presión de la vida te está asfixiando.

Jesús, aunque conoce la hora, no la sufre: La elige. Sabe que su amor tendrá que pasar por la herida más dolorosa: La de la traición.

Cuando el papa San Juan Pablo II beatificó a Pier Giorgio, lo llamó “el joven de las ocho Bienaventuranzas”, porque supo vivirlas.

Cuando Carlo recibió su Primera Comunión hizo un propósito: Ir todos los días a la santa Misa y comulgar. Propósito que cumplió.

Dios es exactamente así con nosotros: cuando erramos, nos arrepentimos y vamos hasta Él… siempre nos da otra oportunidad.

Jesús se ofreció a sí mismo, y nosotros podemos hacerlo en las cosas de cada día.

Ciertamente los ojos de la Virgen son misericordiosos. Con cuánta mayor razón también lo serán los de Dios, que es puro amor y misericordia. Pensemos si experimentamos su mirada misericordiosa.

No hay nada en esta tierra más valioso que ser agraciado con una amistad verdadera, decía Santo Tomás de Aquino.

Estando en el Año de la Esperanza, el papa León XIV les dijo a los jóvenes que ellos pueden llevar un mensaje de esperanza, una luz para la ciudad de Roma, para Italia y para el mundo entero.

Una persona humana encontrará su mayor perfección en la medida en que se asemeje a Cristo.

Marta y María nos recuerdan que la escucha y el servicio son dos actitudes complementarias que nos ayudan...

Nosotros podemos padecer algún mal, dice el Papa, como una enfermedad muy difundida que es el cansancio de vivir...

El Papa nos invita a pensar en las situaciones en las que nos sentimos “bloqueados” y encerrados en un camino sin salida...

No podemos perder la esperanza, sólo hay que dejarla entrar. A ello nos invita el papa León XIV