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Una alternativa en medio de la tormenta perfecta

John F. Kennedy tenía la dotada capacidad para la oratoria y contaba con el apoyo de un par de excelentes asesores a la hora de redactar los discursos.

John F. Kennedy tenía la dotada capacidad para la oratoria y contaba con el apoyo de un par de excelentes asesores a la hora de redactar los discursos. Muchos de ellos son memorables, pero uno de mis favoritos es el que pronunció en 1962, en la Universidad de Rice, con motivo de su propuesta de llevar al hombre a la Luna. Ese líder tuvo la visión e hizo todo lo que estuvo a su alcance para rodearse de la gente más apta para llegar a los objetivos. En aquel momento, Estados Unidos se encontraba en el punto más caliente de la Guerra Fría (un mes después fue la “Crisis de los Misiles Cubanos”) y la carrera espacial contra la Unión Soviética llevaba ya cuatro años de haberse iniciado, tras la puesta en órbita del satélite Sputnik. Eran tiempos sumamente complicados, donde los Estados Unidos (en su visión de querer ser el poder hegemónico mundial) sabía que había que jugárselas todas con tal de imponerse a su máximo rival. Para escribir esta reflexión, volví a escuchar el discurso y vaya que me emocionó, pues es un gran ejemplo de cómo, cuando existe la voluntad y los recursos para hacer algo extraordinario, ante retos extraordinarios, no hay más que enfrentarlos con toda la energía. Y esa lección trasciende banderas, nacionalidades y fronteras. En 1962 no existían los materiales, la tecnología ni la experiencia para tener -de manera sostenible- misiones espaciales de ese calado, y aún así, Kennedy dijo que antes de que concluyera esa década, pondrían a un hombre en la Luna. ¡Como para dejarle el ojo cuadrado a cualquiera! 

A lo largo de la historia, aun cuando las características de los retos pueden variar y parecer imposibles de superar, en su núcleo, todas las grandes empresas comparten la misma esencia. Dos años antes, en 1960, el joven Gobierno revolucionario en Cuba, con una voluntad de acero, se disponía a comenzar cambios de raíz en el país. Sabían que no había manera de que la revolución tuviera el menor prestigio ni respeto si no daban un gran campanazo. Para ello, el objetivo fue darle al país la más poderosa arma para salir adelante: La educación. Con apenas meses en el poder, en la máxima tribuna de Naciones Unidas, Castro anunció que Cuba sería el primer país de América en erradicar el analfabetismo. Sí, esas eran las metas de esa islita caribeña, que fue saqueada por los derrotados, y peleada ya con la máxima potencia mundial, que acechaba a sólo 90 millas de distancia. La dirigencia cubana -que arriesgó su propia vida combatiendo- tenía al frente a Fidel, de 34 años de edad… y era el más viejo. ¿Con qué recursos contaban para tal gesta? ¿Cómo le iban a hacer para llevar el dicho al hecho? Nuestras referencias más próximas (en tiempo y lugar) nos han acostumbrado a la simplificación, a los lugares comunes, a las expectativas irresponsables… pero hubo un momento en que cuando se prometía algo, se tenía que cumplir -sí o sí- porque se ponía en juego el honor y el prestigio de un proyecto político y también el de toda una nación.

Si el Gobierno cubano (con instituciones neonatales; imagínense lo que ello implica) hubiera querido erradicar el analfabetismo por su cuenta, sólo con burócratas, hubiera sido un fracaso catastrófico. Si a base de discursos y frases pegajosas, Fidel, el Ché y compañía hubieran querido dar resultados, hubieran sido el hazmerreír y, sin autoridad moral alguna, el pueblo cubano hubiera regresado a los brazos del vecino imperial. Fueron 100 mil los brigadistas, hombres, mujeres, adolescentes y hasta niños cubanos -todos civiles- los que, organizados y guiados por el Gobierno, salieron de sus casas para ir a todos los rincones de la isla, a introducir al fascinante mundo de las letras a aquellos que lo necesitaron. El pueblo -y sólo él- pudo salvar al pueblo. Los miles de voluntarios, con el manual “Alfabeticemos” y la cartilla “Venceremos”, fueron a cambiar el paradigma de su país para siempre. Por eso se fortaleció titánicamente al régimen: El pueblo cubano se sabía triunfante y reconocía la guía de su Gobierno.

Esta semana vi la entrevista que Brozo le hizo a los hermanos Julián y Adrián LeBarón (al segundo le acribillaron y quemaron a su descendencia). Rescato el epicentro de su mensaje: Si la ciudadanía no se organiza y hace algo, nos va a arrasar el problema, pues el Gobierno no halla las luces. Lo escribo públicamente -porque me consta- que los máximos niveles de este Gobierno federal tienen a su disposición (saben de) una serie de mecanismos para detonar campañas de pacificación -reales y efectivas, no demagógicas- en cientos de puntos críticos -urbanos y suburbanos- de México, teniendo como principales elementos a brigadistas ciudadanos; analógicamente a lo que Cuba hizo con la educación, pero ahora en seguridad, paz y habitabilidad. No sé por qué no lo hacen, quizá sea terquedad o ignorancia. Pero la tormenta perfecta está aquí, ya llegó: Trump, economía, inseguridad, corrupción, impunidad. Es la hora.

“Elegimos ir a la Luna en esta década, y también afrontar los otros desafíos, no porque sean fáciles sino porque son difíciles, porque esta meta servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y aptitudes, porque es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, que no estamos dispuestos a posponer, y que tenemos toda la intención de ganar, también a los demás”.

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