Un mundo raro y en reconstrucción
Frente a nuestros ojos se aprecian cambios inconcebibles hace apenas unos cuantos años.
Frente a nuestros ojos se aprecian cambios inconcebibles hace apenas unos cuantos años. La globalización y la indiscriminada apertura comercial están siendo revisadas a tal grado que no falta quien vaticine la pronta instalación de un orden global distinto; un nuevo orden cuya naturaleza sería parecida a laque predominaba antes del “fin de la historia”, que anunciaba el filósofo Fukuyama. No es trivial que se apunte hacia ese horizonte.
Los hechos son innegables. Veamos: Después de más de 30 años de globalización puede decirse que ese proceso arrojó ganadores y perdedores; pero hay unos más ganadores y otros más perdedores. Asia, por ejemplo, especialmente China, ha sacado la mejor parte: Ese cuasi continente se convirtió en la fábrica del mundo al registrar tasas de crecimiento económico y manufacturero superiores a 8% anual en promedio durante más de tres décadas.
En ese lapso desplazó a Japón como la segunda potencia económica. Hoy por hoy, China desafía la hegemonía norteamericana tanto en el ámbito económico, como en lo tecnológico y militar.
Los productos hechos en China inundaron el mercado mundial. Primero eran baratos y luego de cierto tiempo empezaron a gozar de una aceptable calidad, lo que terminó por anular la competencia de los productores nativos de los distintos países. Poco a poco estos fabricantes cerraron sus instalaciones, lo que condujo a serios problemas sociales.
Para recuperar la competitividad perdida, los gobiernos locales aplicaron políticas de ajuste estructural que implicaron, entre otras cosas, una reducción sensible de los salarios reales y fundamentalmente la disminución de las prestaciones que las organizaciones gremiales lograron arrancar al capital luego de décadas y siglos de lucha obrera. De esta manera, el Estado de Bienestar se derrumbaba al conjuro de una globalización que conllevaba la precarización de las condiciones laborales para los trabajadores del Viejo Continente y del resto del mundo.
Al mismo tiempo que se deba el repliegue laboral se acrecentaba la desigualdad social: Los antiguos países ricos se hacían más ricos y los pobres más pobres. La situación más embarazosa se fraguó al interior de los países industrializados, que empezaron a experimentar una desigualdad propia de los países subdesarrollados.
Esta anomalía no se circunscribía al reparto del ingreso, sino que se extendía regionalmente: Los antiguos y poderosos cinturones industriales se evaporaban y en consonancia prosperaban otros que ofrecían mejores ventajas para enfrentar la competencia china.
Esa dinámica tuvo un severo revés en 2008 cuando los mercados financieros y la producción global se derrumbaron dramáticamente. Ha corrido más de una década de la Gran Recesión y las respuestas y resultados a esa contingencia estructural son limitados; de hecho, el repliegue del mundo laboral se acentuó debido al surgimiento de nuevos modelos de negocio derivados de las tecnologías de la información, que prescinden o tienden a prescindir del factor trabajo.
Ahí están los ejemplos de Uber, Airbnb y todo lo que ahora se conoce como economía colaborativa, misma que afecta los estándares laborales y prácticamente anula las prestaciones de los trabajadores.
Estas condiciones fueron caldo de cultivo inmejorable para el surgimiento del movimiento globalifóbico, primero, y luego el desarrollo de expresiones nativistas que están empujando hacia un replanteamiento del orden económico y social mundial. El proteccionismo y volver a lo básico, conforman el cuerpo conceptual de un nuevo discurso contrario al globalismo y al neoliberalismo dominantes.
El Brexit, luego el avance de los ultraconservadores nacionalistas en amplias regiones de Europa y posteriormente la irrupción del trumpismo, han abierto un debate en torno a la configuración de ese nuevo orden internacional.
Es imposible saber dónde terminará esta fascinante discusión; no obstante, es fácil deducir que la actual globalización deberá cambiar a fin de recomponer las condiciones de trabajo de la clase obrera, mitigar la perversa distribución del ingreso y recobrar las virtudes de una Economía del Bienestar que fue arrasada durante el imperio del globalismo salvaje.
Las políticas de AMLO hacen eco de esa impronta que estará definiendo el rumbo de la economía y de la sociedad contemporánea.
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