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Un acuerdo necesario

La disyuntiva no era fácil: Negociar o confrontar.

La disyuntiva no era fácil: Negociar o confrontar. Ambas opciones conllevaban desventajas que serían aprovechadas por el adversario para descalificar al Gobierno de la 4T.

AMLO decidió que el camino era negociar con el narcisista Presidente estadounidense. Hacerlo con personajes que padecen esa patología siempre resulta complicado, por no decir imposible. En el caso de Trump casi todos los mandatarios del mundo han sido víctimas de sus desenfrenos: Hasta sus propios aliados reciben frecuentemente raspaduras infringidas por el lenguaraz inquilino de la Casa Blanca que en breve anunciará el arranque de su campaña reeleccionista lo que acentúa sus excesos y carácter egoísta. 

El Gobierno mexicano no tenía más alternativa que negociar; no podía darse el lujo de abrir una rendija por donde se colara una guerra comercial así sea injusta e ilegal, como muchos analistas ahora apuntan: Para Trump las limitaciones legales no cuentan; lo que cuenta es imponer su agenda si ello le granjea puntos en su carrera presidencial. 

Los aranceles fueron su espada de Damocles frente a un hecho innegable: El flujo de indocumentados detenidos por la migra estadounidense registraba constantes aumentos. El responsable de ese incremento, según las autoridades del vecino país, era México al brindar permisos de entrada a territorio nacional por razones humanitarias. Tal disposición fue aprovechada por organizaciones delincuenciales que vieron una oportunidad para conformar una red mundial de traficantes de personas. Por ejemplo, hace unos días trascendió que aquí cerquita, en Querobabi, fueron detenidos decenas de migrantes que en su mayoría eran africanos, haitianos y muchos otros de la India. 

En tal contexto quedaba claro que la política migratoria nacional se volvía el eslabón más débil en la conflictiva relación mexicoamericana; esa fragilidad fue advertida por Washington y también en el Palacio Nacional. Vistas así las cosas, el Gobierno mexicano debía replantear, tarde o temprano, la política en esta materia, aun cuando significara contravenir el espíritu humanista que al respecto ha mostrado el presidente López Obrador. 

Lo que resultaba imposible aceptar era una guerra comercial con Estados Unidos ante la certeza de las brutales consecuencias que acarrearía para el conjunto de la economía mexicana. Ésta, se sabe, no atraviesa su mejor momento; la fragilidad es notoria debido a un entorno internacional adverso, pero también a que la política económica ha sido hasta ahora demasiado prudente: Tanto la política fiscal como la monetaria lucen muy restrictivas y ello inhibe la reactivación del crecimiento. 

Una guerra comercial con la Unión Americana conduciría a la economía mexicana a un tobogán de sufrimiento y sacrificios terribles. La eventual aplicación de aranceles sería ilegal y probablemente los tribunales competentes hubieran terminando desechándolos, como han señalado los especialistas; sin embargo, mientas se litigara la sola amenaza desataría una cauda ilimitada de efectos negativos. No olvidemos que el funcionamiento del ciclo económico se rige por expectativas y éstas se verían afectadas por la sola amenaza de imposición de aranceles. 

Desactivar esa pretensión se convirtió en el mantra de la delegación de negociadores mexicanos que viajó a Washington para sostener conversaciones con sus homólogos norteamericanos. México tenía para entonces una carta bajo la manga: La cuestión migratoria. Discutir ahora si la puso o se la impusieron pasa a segundo término. Lo importante es que logró manejarla bien pues con ella se pudo remontar una guerra comercial que para muchos parecía inminente; hubo incluso quienes se atrevieron a preconizar que el lunes, irremediablemente, México amanecería realizando pagos del 5% de aranceles.

El acuerdo alcanzado es desde luego imperfecto: No se ganó todo, como el propio canciller Ebrard lo señala. Pero tampoco Trump ganó todo, como sostiene Paul Krugman. No obstante, los críticos acérrimos apuntan a torpedear el acuerdo enfatizando, o haciendo hincapié, sólo un ángulo de la negociación al decir que México ha reforzado o militarizado la frontera obligado por Estados Unidos. En ello coinciden intransigentes de derecha y de izquierda, detractores de AMLO. 

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