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Sobre toda propiedad privada

No hay una medida precisa ni fracción o porcentaje para dar o compartir; eso será del tamaño de la generosidad o de la responsabilidad de cada quien, de cada organización, de cada Gobierno.

Recuerdo con claridad que a principios de 1979, a punto de terminar nuestro posgrado en cardiología en la Ciudad de México, algunos compañeros que hacíamos el recorrido del pase de visita en una sala de enfermos del Instituto Nacional de Cardiología, escuchamos de un televisor colocado en el pasillo unas palabras del entonces nuevo papa Juan Pablo II y que se me quedaron muy grabadas: “Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social”. Nos detuvimos a ver aquel noticiero unos minutos y luego comentamos qué significaría aquella frase. Aunque no coincidimos con exactitud en un mismo significado sí tuvimos más o menos la misma idea de aquel conciso mensaje: Que los que tienen más deben compartir con los que tienen menos. Ese fragmento fue parte notable del mensaje que el Papa pronunció frente a una reunión de obispos latinoamericanos en la ciudad de Puebla el día 28 de enero de 1979. El mensaje se nos grabó a aquellos residentes seguramente tanto por el contenido del mensaje como por su brevedad y concreción. Si uno revisa detenidamente aquel mensaje encontrará que unas palabras más delante el Papa menciona: “De este modo estará trabajando en favor de la sociedad, dentro de la cual este principio cristiano y evangélico terminará dando frutos de una distribución más justa y equitativa de los bienes, no sólo al interior de cada nación, sino también en el mundo internacional en general, evitando que los países más fuertes usen su poder en detrimento de los más débiles”. Estos conceptos, si bien válidos en toda época, ganan especial intensidad en estos momentos en los que todo el mundo está sufriendo el desconcierto emocional, físico, económico y social por esta pandemia provocada por el más reciente coronavirus que agrede al hombre. El tremendo golpe económico que se crece sobre las personas de todas las naciones provocado un retroceso económico manifestado por desempleo, carestía, quiebras y hambre, y que lógicamente pega más a quien menos tiene, nos mueve a reflexionar el deber de conciencia que compromete a los que tenemos algo para con los que nada tienen. Es verdad que cada día vemos por el mundo más esfuerzos por las autoridades gubernamentales y por individuos y organizaciones de la sociedad civil que se han dado a la tarea, unos de comprometerse a ofrecer o costear diariamente cierto número de desayunos, otros a prolongar los periodos de gracia para el pago de deudas o impuestos, otros a subsidiar gastos para educación o transporte de los que ya no pueden porque ya no tienen, etcétera. Con las iniciativas de apoyo subsidiario suele suceder que a mayor tiempo más desgaste, con frecuencia porque tal iniciativa estaba vinculada a un impulso movido por el entusiasmo y éste -el entusiasmo- es muy traicionero ya que cuando bajan las ganas se acaba la perseverancia. Es aquí cuando hay que recordar que la acción de “gravar” en aquella frase del Papa en Puebla tiene connotación de algo que se debe hacer, sentido de obligación, de gravamen y no de mera sugerencia dejada a la opción. No hay una medida precisa ni fracción o porcentaje para dar o compartir; eso será del tamaño de la generosidad o de la responsabilidad de cada quien, de cada organización, de cada Gobierno. Es algo que se debe hacer y continuar haciendo mientras se tenga algo que dar.

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