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Salud devaluada

La crisis sanitaria que hoy atravesamos es esencialmente sanitaria.

La crisis sanitaria que hoy atravesamos es esencialmente sanitaria. Esto significa que lo que se está generando alrededor de esta crisis, como la afectación económica, el malestar social, el dolor intrafamiliar, el paréntesis educativo y demás daños colaterales, son consecuencia del trastorno original que es el daño a la salud. Nos va a resultar muy caro, en muchos aspectos y en general a todo el mundo, no haber destinado y administrado a buen tiempo los recursos necesarios para la conservación de la salud. Y México no es la excepción. Hemos sido largamente engañados por nuestros gobiernos y, a decir verdad, también por nosotros mismos. Está claro que las epidemias y pandemias han venido, vienen y vendrán; precisamente por eso sabemos muy bien que en cualquier momento llegan y, al igual que los sismos, tsunamis y demás, nunca nos avisan cuándo, pero sabemos que llegarán. Y ahora resulta que nos toman desprevenidos: ¿Desprevenidos? ¿Acaso no sabemos que algún día llegarán? Volvamos a esta crisis de salud: Y así que nos “sorprendemos” de que no estamos bien preparados, que no alcanzan los hospitales, que no alcanzan las camas (imagen anexa, Tlalnepantla, noviembre 2019), que no hay ventiladores mecánicos (“respiradores”) para todos, que gran parte del personal sanitario trabaja siempre cansado por cubrir dos turnos -un promedio de 14 a 16 horas diarias- o trabajar jornadas nocturnas o acumuladas en fin de semana para salir más o menos adelante, que las condiciones de protección personal y de bioseguridad en sus áreas de trabajo dista de ser la suficiente en tantísimos casos. A esto sumar el descuido crónico por parte de no pocas instituciones educativas de nivel superior en el mantenimiento de los buenos estándares de capacitación, formación y desempeño profesional. En el fondo de todo pululan diversos factores, como en tantos otros temas, pero en salud sobresalen dos modalidades de corrupción: La corrupción de tipo económico, principalmente la malversación de recursos (dinero, propiedades) y la corrupción por ineptitud, principalmente por impericia e incluso por negligencia habitual. Estas dos modalidades de corrupción en salud han campeado entre nosotros a sus anchas generación tras generación. En buena medida ha sido así porque los manejos de los dineros y las estrategias o políticas públicas en salud no se asignan ni se cuidan con el esmero que se les dedica en otras áreas. Por ejemplo, los cargos públicos en salud no son considerados social ni políticamente tan relevantes como en otras áreas. Casi da igual quién o quiénes los ocupen, al fin y al cabo no quitarán el sueño a ningún Presidente, que cuida más de la lealtad, la amistad o el compadrazgo. Y entonces no suelen dimensionarse las repercusiones de políticas sanitarias descuidadas: Traerán enfermedades, sufrimientos, muertes, incapacidades y discapacidades, confusión, etcétera, hasta -como hoy- el doloroso impacto de un “imprevisto” como es una contingencia sanitaria, una catástrofe climática, etcétera. Lo menos que puede rescatarse de la actual crisis de salud es aprender de ella: Menos corrupción por ineptitud o por manoteo, asignación suficiente de recursos humanos y materiales, en fin más salud en los hechos y menos en el discurso. No devaluar la salud.

América Latina, Covid-19 y muerte

Estos países de América Latina tienen hoy por hoy una mortalidad por Covid-19 muy baja, menor a un fallecimiento por cada millón de habitantes (de mayor a menor): Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, El Salvador, Costa Rica, México, Paraguay, Nicaragua, Venezuela, Guatemala, Dominica y Haití. La pregunta es: ¿Habrá sub-registro para Covid-19 en el diagnóstico escrito en los certificados y actas de defunción? Semana Santa: Habrá buen tiempo para la reflexión y diálogo con Él.

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