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La complejidad de la lealtad

El que es leal señala, provoca, inquieta, advierte y resuelve; los ineptos que complacen con autoengaño, dañan.

@AcunaMendez

Hace unos dos mil años, el filósofo romano Cicerón escribió un tratado muy interesante sobre la amistad. En él, el autor reflexionaba sobre las relaciones humanas y la importancia interpersonal frente a la vida pública romana. El texto fue escrito meses después del asesinato del César. Eran tiempos de convulsión social y política. Este tratado fue un intento por parte de su autor para intervenir en el rumbo de la República. Recuerdo el documento porque toca temas como la amistad, la lealtad, el deber privado y la responsabilidad pública al servicio de Roma. A la hora de escribir estas líneas, una sonrisa irónica se dibuja en mi rostro, al contrastar la solidez ética de ideas expresadas hace dos milenios, frente a la flacidez de coraje y honor en la mayoría de los políticos de la actualidad. Quién sabe qué nos pasó.

Si encuestáramos a la ciudadanía sobre cómo perciben la existencia de valores como la lealtad, la dignidad o el sacrificio entre sus gobernantes, ¿qué responderían? ¿Que los políticos son leales a la gente o que sólo obedecen a los intereses patrimonialistas? ¿Dirían que son reflejo del estoicismo en un país acostumbrado a la adversidad o que son unos sinvergüenzas que brincan -como las ratas- de barco en barco cuando les conviene? Es complicado hablar de lealtad en estos tiempos. Séneca, un contemporáneo de Cicerón, dijo que ella constituye el más sagrado bien del corazón humano. Al estudiar cuestiones como la amistad y la lealtad, inequívocamente se debe partir del hecho de que se trata de valores y de cualidades donde impera la virtud.

Para Cicerón, cuando la amistad existe, inequívocamente hay comunes denominadores como la bondad entre los amigos y que este vínculo interpersonal se basa en la virtud porque aún cuando pueda haber beneficios colaterales producto de ese nexo, no es esto lo que conecta a las personas. Tomando en cuenta lo anterior, no se habla de amigos (aunque lo parezcan) cuando a las personas las unen intereses egoístas -por ser personalísimos- y la coexistencia disfrazada de amistad es necesaria para alcanzarlos. En estas líneas, referirnos a la lealtad implica que previamente debe existir la amistad. En otras palabras, no podemos hablar de lealtad si no existen valores necesitados de protegerse, atenderse y cuidarse. Cuando un pillo encubre a su cómplice, no lo hace por amistad (lealtad) sino por la necesidad individual de protegerse a sí mismo.

En México y Sonora, el acontecer político se ha venido a parecer cada vez más a una opereta de poca monta donde las traiciones están a la orden del día. ¿Y cómo no estarlo, si los protagonistas de la puesta en escena únicamente han visto por ellos mismos? La regla que tradicionalmente ha unido a la mayoría de los políticos bajo un mismo “proyecto” es el interés individual de acceder al poder y al erario. Coexisten esas personas por necesidad, no por afecto o por las condiciones virtuosas que ya expresé.

El día de ayer se cumplió el plazo para que aquellas personas que desearan suceder a la gobernadora Pavlovich se registraran ante la autoridad electoral. Con independencia de lo que -prácticamente de manera unánime- nos muestran al día de hoy las encuestas de intención de voto, los equipos de esos tres candidatos se enfrentarán a una sencilla disyuntiva si realmente aspiran a competir con dignidad: Ser leales -o no- a los principios que dicen enarbolar sus respectivos proyectos.

Viene a mi mente el Gobierno de un carismático y popular ex gobernador que tenía neutralizada a su oposición. Procuró crear una nueva clase política y el éxito de su Gobierno en gran medida se debió al propio talento del mandatario. El problema fue que al final, cuando enfrentó su crisis más grave, todos aquellos que siempre le decían que sí a todo, no supieron cómo resolver el problema, lo dejaron solo y ese barco naufragó catastróficamente.

Históricamente, los candidatos que se rodean de la zalamería terminan conduciendo gobiernos malísimos, pues la lealtad se escapó en el momento en que los subordinados prefirieron sonreír, aplaudir, cobrar el cheque o hacer los grandes negocios antes de alertar sobre la adversidad y los riesgos, con la desventaja que ello jamás provoca alegría, pero sí previene desastres. Como siempre, mucho se murmura de cada equipo: Que este candidato es así, que a este otro no le gusta esto y a aquel le complace aquello. Espero que los tres entiendan que Sonora está hoy en un crítico agujero y que las prácticas de servilismo y complicidad silenciosa en los equipos de Gobierno han provocado una decepción casi insalvable entre los ciudadanos, de cara a la cosa pública. El que es leal señala, provoca, inquieta, advierte y resuelve; los ineptos que complacen con autoengaño, dañan. Por el bien de todos nosotros, a los tres les sugiero que rehuyan la mezquindad convenenciera de los aduladores y aunque moleste, reconozcan la verdadera lealtad entre los raros colaboradores que la ejerzan. Como sociedad, nos urge.

El autor es presidente fundador de Creamos México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard.

jesus@creamosmexico.org

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