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Esperanza y justificación

Los mexicanos hemos sido el eterno pueblo sojuzgado, el del ya merito y el ojalá; el que ha construido narrativas “gloriosas” en la derrota.

Los mexicanos hemos sido el eterno pueblo sojuzgado, el del ya merito y el ojalá; el que ha construido narrativas “gloriosas” en la derrota. Como frecuentemente fincamos nuestras esperanzas desde posiciones dogmáticas (pues nuestras expectativas son actos de fe), estamos muy acostumbrados a que los posibles resultados descansen más en las ganas y en el deseo que en un camino labrado previamente -vía trabajo, dedicación, disciplina y sacrificio- que permita llegar a los objetivos deseados. Voy a pasar el examen (pero no estudié), la Selección va a ganar el Mundial (pero no están al nivel de los mejores), voy a hacerme rico (sin trabajar), etc. Múltiples veces he escrito en este espacio sobre el autoengaño, que pareciera ser un deporte nacional. 

No obstante, creo que si decidimos ver la vida con optimismo, pudiéramos llegar a conciliar dos ópticas aparentemente disímbolas, en este contexto mexicano: La esperanza y la objetividad. Pero para poderlo hacer, inevitablemente tendremos que contar con premisas sólidas que abran brecha para llegar a los objetivos deseados.

Es real y válida la afirmación de que llegamos al 2018 con un verdadero cochinero nacional: Instituciones públicas sin resultados, mediocre desempeño económico, cifras inauditas de robaderas desde el Gobierno, gran tensión social, organismos primordiales -como salud y educación- en terapia intensiva, etcétera. El tan cacareado “despeñadero”, pues. De todas las adversidades, creo podemos coincidir al señalar a la inseguridad como el principal problema consecuencial (pues es efecto, no causa). Sabíamos que bajo la batuta del PAN y del PRI (que son lo mismo), el País llegó a esas circunstancias; por lo tanto, millones de mexicanos optamos por la tercer opción, que finalmente arrasó. Mi voto fue el mismo en el ‘06, en el ‘12 y en el ‘18, pero ojo: Evidentemente no todos los que votamos en el mismo sentido, votamos por lo mismo. A partir de aquí es donde comienzan las diferencias. Como sabemos, nuestra sociedad está dividida en bloques y factores de vida como la marginación, el ingreso, el entrenamiento académico (que no es lo mismo que el conocimiento ni que la conciencia), y las oportunidades. El bloque más amplio es también el más vulnerable. De él han abrevado políticamente todas (sin excepción) las opciones que ganan en las elecciones: Ignoran más su realidad, los convencen con sofismas, fincan expectativas en espejismos, votan a cambio de la dádiva, etc. A diferencia del pasado, a ese bloque lo movió principalmente la esperanza. 

Personalmente creo que los demás bloques (de mucho menor tamaño) fueron movidos mayoritariamente por el rechazo, el hartazgo y un profundo repudio hacia la clase política nacional, y votaron por la opción encabezada por el actual Presidente.
Mi voto, en esta ocasión fue a favor de algo completamente disruptivo. No soy fan de la idea de podar la hierba mala por encimita, sino de extirparla desde la raíz. El nivel de putrefacción operativa del Estado nacional es tal, que se necesitan cambios refundacionales. Sabía que perfiles como Meade o Ricky Riquín abonaban al statu quo y a sabiendas de las evidentes carencias de AMLO, voté esperanzado no en las grandes ideas emanadas de él ni en su formación personal técnica o política… lo hice esperanzado en la idea de la brújula moral que yo le atribuí a su persona. Y algo importante: Imaginé que el ingenio (que generaría las estrategias que le urgen a un país en estado pre-comatoso) vendría de su equipo de trabajo. Hasta aquí, puedo hacer un planteamiento sobre la esperanza; por cierto, una de cada tres columnas que escribí durante el 2018 así lo demostraron.

Pero me cuesta trabajo conciliar la esperanza no-dogmática con la parte objetiva, esa que se alimenta con los hechos, con la realidad del día con día. Nuestro País no iba a cambiar de la noche a la mañana, pero me parece poco serio que a ese bloque más vulnerable (porque es el único que, por su ignorancia, cree ciegamente) se le diga que México ya es otro, que la corrupción era sólo del régimen anterior, que todo mundo está feliz-feliz-feliz, que la economía va muy bien, que la inseguridad va a la baja. Me es inevitable -por mi formación- no hacer un replanteamiento de las expectativas cuando veo la pobreza estratégica en los programas del Bienestar, lo que se está haciendo desde la Sener, los pasos erráticos en seguridad, el triunfal retorno de Elba Esther, o la increíble capacidad de adaptación (y retención de sus prerrogativas) de los otrora miembros de la “mafia en el poder”. También me preocupa que varios secretarios de Estado tengan pánico de disentir ante su jefe: Señal de que su prioridad es el poder personal y no el País.

Como inicié esta reflexión: Esta administración recibió un País en pésimas condiciones. Pero como -gracias a Dios- finalmente lo reconoció el Presidente esta semana: Ya no se le puede seguir echando la culpa de todo al pasado. Este Gobierno pronto cumplirá un año en el poder (y vaya que llegó con poder) y quizá es un error mío, quizá se me pasó… pero no he podido identificar los cimientos para esa gran disrupción que necesita México para que las cosas cambien. Paradójicamente, no pierdo la esperanza.
 

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