Era normal
Mucho se ha escrito sobre lo que sucedió hace poco más de una semana en Sinaloa.
Mucho se ha escrito sobre lo que sucedió hace poco más de una semana en Sinaloa. No entraré en la narrativa de cómo “el Estado mexicano fue doblegado” por delincuentes, etcétera; no me gusta faltarle el respeto a la inteligencia de quienes se dan el tiempo de leerme. Digo esto porque no tiene caso redundar en lo que es de dominio popular. Quienes por años nos hemos abocado al estudio y la práctica de las políticas públicas, sabemos que la debilidad del Estado mexicano es prácticamente intrínseca y sistémica. Sabemos también que varias regiones del País entran -por las características de ausencia de Estado- en lo que técnicamente se denomina como Estado fallido.
Creo que la sociedad en general, sin tener que ser especialista en la materia, sabe también -desde hace años- que el aparato se descompuso, que comenzó a ser disfuncional… y quizá por ello -en un afán comprensible por explorar una alternativa que se anunciaba distinta- la mayoría votamos por el actual Gobierno en las pasadas elecciones. Para mí, lo que sucedió esa semana es completamente normal. Es más, ya se había tardado en suceder.
Si mi postulado de que lo de Culiacán (así como la masacre de 14 policías en Michoacán unos días antes) es sencillamente un botón de muestra, entonces he de decir que para mí la verdadera tragedia es lo que desembocó en Palacio Nacional, el 14 de octubre. A alguien se le ocurrió que sería buena idea que ese día se rindiera una suerte de informe sobre el estado que guarda la seguridad en México. Absurdo e innecesario, por decir lo menos, puesto que toda la estadística que habría de recitar el secretario de Seguridad Pública, es justamente pública para todos los que deseen saber qué pasa en México. Desde hace meses, cuando ya era clara y evidente la pobreza de los cuadros humanos que acompañan a Alfonso Durazo en la más difícil tarea de cualquier miembro del gabinete, escribí sobre la necesidad imperativa de hacer algo al respecto.
Es imposible que un equipo gane juegos, si sus jugadores no son talentosos… o cuando, al tomar sus cargos en diciembre, muchos carecían de siquiera un solo minuto de experiencia en la cosa pública (específicamente en la materia de seguridad pública, humana y ciudadana). Pero la responsabilidad de escoger a ese equipo ha sido única y exclusivamente del titular de dicha dependencia… y vaya que está sintiendo esas consecuencias. No es muy diferente lo que ha sucedido con Morena, a nivel político y gubernamental, en Sonora. El actual performance es normal: No se le pueden pedir peras al olmo.
Ese lunes, nuestro paisano tuvo que recurrir a la retórica alrededor de unas bondades (aún imperceptibles) de la Guardia Nacional o de la funcionalidad (falsa) de las mesas estatales de la construcción de la paz. Me dejó perplejo que no hubiera un solo subalterno serio y profesional que impidiera que su jefe saliera a decirle al País que había un “punto de inflexión” en la incidencia delictiva. ¿Cómo es posible que se hablen de dos o tres décimas de puntos porcentuales (en medio del infierno) cuando cualquier estudiante de estadística sabe que dichas cifras no son significativas? Esa mañana, el secretario tuvo que hacer uso de las personalísimas habilidades políticas que le permitieron estar cerca de Colosio, después acercarse a Fox y ahora estar donde está… pero no fue suficiente. Durazo parece estar solo ante la dolorosa realidad de crimen e impunidad que azota al País, sin un equipo de calidad a la altura de las circunstancias.
Pero nadie más que él, ha tenido la prerrogativa para configurarlo.
Irónicamente, nuevamente fue el encargado de las patrullas y pistolas en el País, quien salió a decir que la verdadera política de seguridad es la política social y la llamó una “sin precedentes”.
Porque personalmente me consta, sé que Durazo sabe de alternativas no-clientelares que sí podrían dar resultados como una avenida de regeneración social que produjera una reducción de inseguridad… y hoy, ya superada la efervescencia del triunfalismo electoral y teniendo que enfrentarse al azote de la realidad, ojalá opte por explorarla. Es tan mediana la actual óptica asistencialista del nuevo Gobierno, que cuando tanto se habla de dicha política social (que según el discurso oficial, provocaría la seguridad en México), jamás aparece en escena la encargada de implementarla: La Secretaria del Bienestar.
En fin. Era normal lo que pasó en Culiacán. Era normal que hubieran querido ir por un hijo del “Chapo” con 30 soldados. Era normal que inmediatamente tuvieran que mentir, ante el gran desconcierto del resultado. Era normal, pues ahora sí: Esto viene pasando desde hace muchos años… y sigue sucediendo hoy. Era normal que la inseguridad siga en aumento.
La única alternativa -por enésima vez- que veo en el horizonte para este país es generar una serie de políticas públicas de corte transversal, que generen capacidades entre los miserables, para que se puedan valer por ellos mismos y no deban estirar la mano eternamente. Una política que cree oportunidades, a partir de habilitar a la gente, no condenarla a la clientela.
Una estrategia que acompañada de esto, cree bolsas de saneamiento en materia de seguridad en los más de mil polígonos de los sectores más vulnerables en el País, urbanos y suburbanos. No todo es mala noticia: Todavía quedan cinco años y si se tiene la capacidad para aceptar la realidad, los errores y corregir el rumbo, lo demás vendrá solito.
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