Cuidado con los cimientos
La oportunidad que más agradezco en la vida, es la de haber tenido una excelente educación escolar.
La oportunidad que más agradezco en la vida, es la de haber tenido una excelente educación escolar. Tuve una primaria muy feliz, y cuando esta etapa concluyó, sentí una gran emoción por transitar a la siguiente.
En ese entonces, mi plantel contaba apenas dos años de haber comenzado su oferta en secundaria y tenía el plan fundacional de ser una institución de excelencia. Días después de haber iniciado el ciclo escolar, sucedió algo que para mí fue raro y anormal, y al recordar el hecho tras tantos años, me ayuda a entender algo del mundo en el que vivimos: Más de la mitad de mis compañeros de grado se quejaron con sus papás pues “la escuela era demasiado difícil”.
No estamos hablando de una secundaria especializada para genios, en Nueva Inglaterra, Berlín u Oslo; era una secundaria con dos años de antigüedad, en el Hermosillo de 1996.
¿Qué tan difícil podría haber sido? Pues tal fue la manifestación parental que se forzó una junta entre las autoridades escolares y padres de familia, quienes a base de quejas y protestas (porque claro, seguramente eran pedagogos especializados) lograron que la escuela fuera “menos dura” con nosotros.
Después vino la preparatoria, también con un gran nivel académico. Tras el primer semestre, hubo un buen número de reprobados; desconozco si los padres de familia fueron a quejarse a la escuela, pero sé que al concluir el primer año, muchos alumnos ya no regresaron y tuvieron que irse a las prepas abiertas. Supongo que todo esto era parte de una suerte de selección natural académica: Hay un estándar, un nivel, y si no se está ahí, a uno lo cortan.
Me gradué de la prepa y viajé a la CDMX para estudiar abogacía en la Ibero. Tuve, en ese primer año, compañeros de todo tipo y hubo un “corredero” tras concluir el segundo semestre. Era claro que la universidad, hábilmente, le abría las puertas a todos (cobrando muy bien) y después venían los tijerazos para los que no daban el ancho. Y créanme: El primer año en mi universidad no era algo del otro mundo; lo duro venía a partir del segundo y tercer año. Recuerdo que algunos “papás influyentes” de compañeros míos reprobados, fueron al departamento de Derecho o hasta la rectoría, para salvar a los hijos… pero fueron casos excepcionales, y ninguno obtuvo lo que buscó.
En la Ibero -como en la vida, supongo- uno podría cursar la licenciatura como quisiera: Se podían escoger maestros “barcos”, graduarse de 10 y no saber Derecho… o podía uno inscribirse con los mejores, donde coincidentemente nunca había más de una docena de estudiantes por grupo, y tenerle que entrar duro a los libros. Quizá era por el ambiente de mi Alma Mater, pero las grandes depresiones y preocupaciones de los alumnos que las padecían, giraban entorno a no poder gastar lo mismo que los amigos juniors en el antro o no poder traer el mismo auto o la misma ropa… no registro quejas ni depresiones por el factor académico (aunque tuvieran malas notas).
Finalmente, en Harvard, con las exigencias académicas que alguien podrá imaginarse, tampoco recuerdo a compañeros traumados por la dureza escolar ni mucho menos a padres de familia yendo a abogar por sus hijos con las autoridades académicas.
Por eso es que me llamó poderosamente la atención los eventos de hace unos días, donde estudiantes del ITAM hicieron un plantón para exigir respeto de sus maestros, llevando como bandera la muerte de una compañera que “por tanta presión y humillación de sus maestros”, se suicidó (que luego resultó haber fallecido por una condición de epilepsia).
Por más ridícula que me pareciera esta “manifestación”, me parece que es un excelente botón de muestra de lo que atraviesa nuestra generación millennial.
Entonces, ¿de qué está hecha esta generación, apodada también “de cristal”? ¿Surgirán nuestros líderes de entre esos muchachos que lloran frente a las cámaras de televisión, pues “la presión en la universidad” es muy dura? Hay que recordar que la mayoría de quienes ahí estudian, lo hacen con la fantasía de formar parte de la élite burocrática nacional.
Está también la antípoda: Me es inevitable recordar a mi querida Universidad de Sonora, donde año tras año, veo alumnos en las áreas de ciencias sociales, a punto de titularse, que no me explico cómo pudieron terminar la preparatoria. ¿Cómo reaccionarían si hubiera -de pronto- un cambio radical y se les empezara a exigir calidad como alumnos? Difícilmente se puede construir una sociedad sólida, resiliente y tesonera como la que tanto urge en México, con ausencias de carácter, disciplina… ni rigor académico.
En estos tiempos donde se prometen construir universidades al vapor, donde -para complacer a las mayorías mediocres- se anuncia que no se necesitarán hacer exámenes de admisión ni evaluaciones a los educadores, me preocupa el tipo de sociedad que estamos formando: Dudo que así forjemos la transformación que anhelamos.
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