Crimen y castigo
Las Mesas de Seguridad se han convertido en una muestra más de cómo la demagogia se convierte en una patología discursiva.
El problema no es nuevo, los constituyentes de 1917 eliminaron dos instituciones que representaban al viejo régimen porfiriano: La Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, así como la de Justicia (1). Sin miramientos, aquellos diputados materializaban en un documento los proyectos de una revolución triunfante, requerían de estas instituciones, pero las planeaban totalmente renovadas.
La nueva Secretaría de Educación emergería con Vasconcelos y sería el modelo que representará los nuevos tiempos mexicanos, se convertirá uno de los ejes transformadores de aquellos revolucionarios. La de Justicia tuvo otra suerte. No hemos encontrado el modelo confiable, pero tampoco hemos tenido la tenacidad los ciudadanos para edificarla. Durante décadas los gobernantes mexicanos administraron la justicia, e hicieron algo que exacerbó el problema: Anularon a los órganos encargados de la seguridad, los convirtieron en parte de sus privilegios.
Muchos intentos e igual número de fracasos en la materia, la democracia mexicana ha fallado en este tema, pero a diferencia de otros gobiernos, en el actual se ideologizó y trivializó algo tan relevante como la seguridad, terminó convertido en un argumento banal de diatriba simplona contra el modelo económico, antes que reconocer que es un problema mucho más complejo, además de un asunto que tiene que ver con la secular impunidad y el abuso más ofensivo.
En el Estado de Sonora la trama es igual o más grave, existió la promesa del Gobernador de controlar el problema en los primeros meses, propuesta creíble, tomando en cuenta su procedencia y experiencia en el Gobierno federal, pero la realidad es que no hay resultados satisfactorios. La flamante Guardia Nacional hace presencia sin atender urgencias. Los perfiles escogidos para esta responsabilidad no son los adecuados, no tienen ni antecedentes en la materia ni la pericia profesional, regresamos al modelo perverso que todo político, por el mismo hecho de serlo, es bueno para todo.
Las Mesas de Seguridad se han convertido en una muestra más de cómo la demagogia se convierte en una patología discursiva, y a los primeros que enferma son a los funcionarios que la profieren e inmediatamente después alegremente la consumen. Pareciera que a una tesis eminentemente criminal le quisieran dar una connotación política que no tiene, elevan argumentos más para la arenga en una plaza que estrategias de contención y solución, como si quisieran convencer electores y no ciudadanos aterrados.
Los encargados de la seguridad y la gobernabilidad en el Estado repiten los fallidos programas del Gobierno federal y aterrizan en estos desolados paisajes sonorenses aquella sentencia ridícula y trágica para México de: “Abrazos, no balazos”. No tiene nada de malo equivocarse, el problema es insistir en el error, suponiendo prejuiciosamente que toda crítica es mal intencionada, sin advertir que es en un problema que ya rebasó con mucho la tranquilidad de un Estado, lugar en el que vivimos todos.
Enumerar las modificaciones e intentos de reinvención en esta disciplina desde 1917, tomado en cuenta los cambios políticos, leyes, propuestas, creaciones, organismos, corporaciones y personajes, sería tema de un ensayo más que de un artículo.
Se dice entre lectores, que después de leer Crimen y castigo de Dostoievski, nunca regresa uno a ser el mismo, lo creo, pero lo más sobrecogedor de la novela es que nos acerca a lo contradictorio que puede ser la conducta de los seres humanos. Pero también es un largo alegato sobre el arrepentimiento y sus consecuencias. Ojalá y aquellos en los que descansa la responsabilidad en este tema la leyeran y no demasiado tarde, ya en la solitaria hora de los arrepentimientos.
1. Sergio García Ramírez. https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/1e8b3a21-11e9-4b49-ac17-0a7bd4e75c3b/crimen-y-castigo-bajo-el-porfiriato.
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